TOPÓNIMOS DE PAÍSES EN ESPAÑOL DISTINTOS A SUS LENGUAS RESPECTIVAS LOCALES

«¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa olería igual de dulce si tuviera cualquier otro nombre», decía Shakespeare en labios de la enamorada Julieta. Aunque en el contexto literario, lo que el personaje pretendía expresar es que su amor sería el mismo con independencia del apellido que portase su amado Romeo, esta reflexión pone de manifiesto una necesidad inherente al ser humano en relación con el entorno con el que se relacionada. Como conjunto de hablantes, escogemos una palabra para denominar realidades tangibles y conceptos abstractos, a fin de poder referirnos a ellos durante la comunicación. Tal y como se explica desde el punto de vista lingüístico, la gran mayoría de palabras que usamos son convencionales, es decir, en algún punto decidimos como hablantes que esa sería la palabra que usaríamos para nombrar un referente. A medida que fuimos evolucionando, usamos esas palabras para crear otras nuevas y así poder hacer mención a nuevas realidades, mediante procesos como la derivación o la composición. Sin embargo, las palabras que usamos también guardan una gran relación con los sentimientos y con nuestra propia historia como hablantes. De no ser así, todos los integrantes de una comunidad de hablantes usarían las mismas expresiones. Esto quiere decir que muchas palabras tienen para nosotros un valor simbólico, no solo representan una realidad objetiva, sino que hablan de la relación que tienen los hablantes con ella. Por supuesto, esta cualidad recae mucho más frecuentemente en los sustantivos propios que en los sustantivos comunes, con excepciones notables referentes a apelativos cariñosos y vocablos propios de nuestra comunidad asociados a algún sentimiento. Por algún motivo, el “pan” es “pan” y el “vino” es “vino”, pero la localidad de Achadh Lon (“campo de los mirlos”), situada en Irlanda del Norte, no podía conservar su nombre ante los ingleses intervencionistas, que la rebautizaron como Brookeborough (“burgo de la familia Brooke”). Y, cuando decidían conservan un nombre de origen irlandés, lo adaptaban a su sistema fonético de escritura y lo convertían en la denominación oficial. Brookeborough no era únicamente una “propuesta” fonética más adaptada al oído inglés, sino que era una prueba inequívoca de quién estaba ejerciendo la supremacía en esos momentos.

Por este motivo, a lo largo de la historia, las naciones han tenido la necesidad de incorporar a sus respectivas lenguas los topónimos de otras tierras con las que se relacionaban. Durante este proceso, se podía optar por adaptar fonéticamente dicho nombre, por darle uno nuevo en la lengua de destino basándose en alguna razón histórica o bien, tristemente, imponiendo un nuevo nombre en la lengua de destino y en la de origen, como en el caso de las conquistas bélicas. Como resultado, a día de hoy existen nombres de países en un idioma que no tienen nada que ver con el nombre de ese país en su idioma original. Por ello, en el artículo de hoy vamos a hablar de topónimos de países en lengua española que son distintos a sus respectivas lenguas locales.

Para empezar, podríamos poner por ejemplo el caso de Alemania, que poca relación guarda con el topónimo original: Deutschland. Este nombre en la lengua de origen proviene del vocablo diutisciu land, en donde diutisc significaría “pueblo” o “popular”, de modo que, etimológicamente, Deutschland es la “tierra de la gente” o “la tierra del pueblo”. Alemania, por su parte, es un nombre que alude a la tribu de los alamanes, gentes que llegaron a ocupar casi la mitad del actual territorio nacional. Parece ser que su etimología vendría de all (todo) y Mann (hombre), algo así como “los universales, los de la totalidad”, ya que eran una tribu formada por varios pueblos. Por otra parte, también existe Germany, que fue un nombre acuñado por los romanos en alusión al pueblo de los Germani, que habitaban al este del río Rin. Asimismo, en Europa del Este recibe nombres como Nemecko, Niemcy o Nimtsätä, una raíz relacionada con el ruso немой [niemój], que significa “mudo, que no habla” en alusión al hecho de que no sabían hablar la misma lengua que los locales, es decir, que eran extranjeros.

Otro caso interesante es el de China, que en el idioma local se llama 中国 [zhōngguó] o “nación central”. Esto quiere decir que la población china que dio nombre a su territorio pensaba que era el centro del mundo, una idea que no le podemos reprochar dado nuestro pasado histórico y nuestra relación con el universo hace apenas unos siglos. El nombre China, que usamos internacionalmente, proviene de la dinastía Qing o Ching, palabra que fue importada a Europa por Marcopolo. Este también le dio nombre a la actual región de Manchuria, a la que por aquel entonces llamó Catay, en alusión a la tribu mongola de los kitán, que habitaban esa región. A día de hoy, Китай [kitáj] es la forma de llamar a China en Rusia.

Otros casos notables son el de Finlandia, que en finés llaman Suomi, un vocablo que se cree guarda relación con la palabra suo (“pantano”) ya que es uno de los paisajes más característicos de la región. En español recibe el nombre por la tribu de los finn, un conjunto de cazadores nómadas. A Grecia se la llama así, posiblemente, por una tribu que emigró desde la región de la actual Italia a la actual Grecia, pero lo cierto es que en griego se le llama Ελλάδα [Ellada], en nuestra forma, Hélade, en alusión a la creencia de que el pueblo de los helenos (los griegos) descienden de Heleno, hijo de Deucalión y Pirra. Para concluir, podríamos mencionar a la India, que recibe su nombre en español por el río Indo, pero que, en la lengua originaria, el hindi, se llama Bharat, en honor a un rey legendario.

Cada país escoge para sí un nombre que haga honor a una parte importante de su historia o que refleje una característica que quiera dar a conocer ante las otras naciones. Este fenómeno afecta a otros muchos países, sobre los que podremos volver en el futuro y a otros tipos de nombres propios, lo que demuestra que en un nombre hay, cuando menos, el sentimiento de quien lo pronuncia.

 

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