¿POR QUÉ USAMOS MULETILLAS?

Los idiomas están llenos de peculiaridades. Por supuesto, cada lengua posee un sinfín de rasgos propios que la hace única y la hace destacar de forma memorable. En ocasiones, estos rasgos se enmarcan en el contexto del léxico, es decir, de alguna palabra curiosa, como las de las publicaciones sobre «palabras que no tienen traducción en otra lengua», otros se enmarcan en el nivel sintáctico, como cuando a ciertos hablantes se les presentan otros órdenes de colocación de las palabras dentro de una oración, y otros, incluso, tienen que ver con elementos no verbales, como los acentos y el lenguaje gestual. Sin embargo, en ocasiones, también sucede que aquello que nos llama la atención, sea un fenómeno que se dé en un gran número de lenguas y para el que, durante cierto, se haya pensado que no tiene explicación. Este es el caso de las muletillas, palabras o expresiones que aparentemente no comunican información, pero que transmiten ciertos significados. Por ello, en el artículo de hoy hablamos de qué son y por qué las utilizamos.

Según el Diccionario de la Real Academia, una muletilla es una «voz o frase que alguien repite mucho por hábito». La idea asociada, por supuesto, es que «nos apoyamos» en ellas para producir nuestro discurso, de ahí que en el pasado recibieran el nombre de «bordones», ya que en el pasado un bordón era un tipo de bastón y, por analogía, se pasó de emplear una palabra a otra. Por supuesto, en cada idioma, la forma de llamar a estas palabras nos da un poco más de información sobre el concepto que se tiene de ellas. Por ejemplo, para algunas lenguas, estas palabras se asocian con la idea de (re)llenar, y es que a veces da la sensación de que las usamos cuando no sabemos qué decir, o bien de que están ahí, pero sin aportar nada realmente. En este sentido, tenemos filler word (en inglés), mots de remplissage (en francés) y заполнители пауз [zapolníteli páuz] (en ruso). Pero, por otro lado, contamos con otros puntos de vista, como el del italiano, donde las llaman intercalari, por motivos más que obvios, u otra variante rusa, слова-паразиты [slová-parazíty], es decir, «palabras parásito», porque se meten en la mente del hablante, «corrompen» su discurso y es muy difícil deshacerse de ellas.

Sin embargo, en la gramática moderna tienen una denominación más apropiada. Se los conoce como «marcadores discursivos» y se les atribuye la función de regular el discurso, expresar sentimientos de forma complementaria y hasta de repartir el turno de palabra. Algunos de ellos son «marcadores de reacción», que decimos instintivamente a modo de reacción (p. ej., hombre, mujer, tío, venga ya, hostia, pero ¿qué me estás contando?); otros son «marcadores de demanda», en los que solicitamos a nuestro interlocutor una muestra de que sigue prestando atención a nuestro discurso (p. ej., ¿me entiendes?, ¿sabes lo que te quiero decir?, ¿sí o no?); o «marcadores de atenuación», empleados para mitigar el impacto del mensaje y que no suene tan directo (p. ej., bueno, yo diría, es como muy). Sin embargo, la atención que estos han recibido por parte de la gramática tradicional ha sido más bien marginal, ya que no se consideraba que estas palabras contribuyesen realmente al discurso, y se recomendaba limitar su uso o incluso tratar de erradicarlo. Pero el uso de estas expresiones no es correcto ni incorrecto, su uso es igual de lícito que el de los verbos y el de los adjetivos. De hecho, se parecen mucho a otro tipo de recursos de apoyo, como «eh», o «mmm»: son elementos que dan otra información a los interlocutores y ayudan al mismo hablante a expresarse. Ahora bien, ¿cuáles son sus principales funciones?

En primer lugar, hay que destacar su función a la hora de mantener el interés de los interlocutores. Si los discursos orales se limitasen a emitir información plana, las conversaciones serían muy lineales, además de que es imposible hablar sin hacer paradas estratégicas. Por supuesto, otras de sus funciones fundamentales es repartir el turno de palabra; no siempre resulta cómodo callarse de golpe, sino que a veces puede ser útil darle una entrada a nuestro interlocutor, por ejemplo, a modo de pregunta. En términos prácticos, las muletillas nos permiten tomar aire, descansar y planear nuestra siguiente intervención. Aunque tengamos claro lo que vamos a decir, no siempre sabemos cómo decirlo al instante, así que usar una muletilla puede ayudarnos a salir del paso o incluso a reformular con otras palabras lo que queremos decir. Hay quien dice, además, que las muletillas son una prueba inequívoca del estatus social de la persona. Aunque normalmente se asocian con niveles educativos más bajos, la realidad es que estas se dan en todos los estratos sociales, precisamente por la naturalidad que aportan al discurso. Por supuesto, quizá existan diferencias en cuanto a las palabras seleccionadas. En otro orden, las muletillas nos ayudan a hallar complicidad con los interlocutores, algunas se utilizan para llamar su atención y buscar su aprobación sin que tengan que expresarla explícitamente. Aparte, otra de las funciones más características es el de subrayar, matizar o dar un significado especial a ciertas palabras dichas o por decir, o, paralelamente, expresar de forma subliminal e incontrolada las intenciones ocultas del hablante.

La realidad es que todos tenemos preferencias propias en cuanto a las muletillas. Normalmente no las elegimos, sino que nos las vamos apropiando conforme nos vamos relacionando con los hablantes. Tenemos un significado interiorizado para cada una de ellas y las empleamos para realizar funciones comunicativas que no podríamos mediante palabras. De hecho, en el estudio de las lenguas, se ha hecho bastante habitual recomendar el estudio de estas palabras no tan académicas para dotar al discurso de mayor naturalidad. En definitiva, se trata de una pieza más del puzle de la comunicación.

Ref. de la imagen: https://hbr.org/2019/08/why-filler-words-like-um-and-ah-are-actually-useful

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