Una de las realidades más indiscutibles sobre la naturaleza de las lenguas es que estas presentan un carácter dinámico. Analicemos desde donde analicemos los elementos léxicos, semánticos, gramaticales, etc. que componen una lengua, siempre podremos encontrar un presente en el que observamos una serie de aspectos concretos que interaccionan entre sí, un pasado desde el cual proceden estos aspectos y vinculado a la historia de una comunidad de hablantes y un futuro posible hacia el que podría dirigirse dicha lengua en función de una serie de indicios. Así es, las lenguas evolucionan y las comunidades de hablantes evolucionan con ella. Estos cambios pueden darse en mayor o menor medida. Por ejemplo, si observamos el español que se habla actualmente, identificaremos una serie de aspectos que lo caracterizan y que lo hacen diferente, pongamos, del español que se hablaba hace diez, cincuenta o cien años. A su vez, si retrocedemos siglos en la historia del español, llegaremos a una época en la que este aún no se había constituido como tal, sino que se estaba empezando a formar a partir del latín popular, que, a su vez, provenía del latín culto, que fue lengua vehicular en Europa durante varios siglos. Esto parece indicar que las lenguas son una entidad en constante cambio y evolución hacia delante, las cuales reciben distintos influjos, los adoptan, los asimilan y dan lugar a pequeños cambios lingüísticos que, sumados en conjunto, pueden llegar a revolucionar un idioma y generar una nueva variedad más moderna o, con la perspectiva del tiempo, un idioma completamente nuevo.
Pero, ¿cuáles son los elementos que propician esta evolución? Los cambios en una lengua pueden originarse tanto desde dentro como desde fuera. Desde una perspectiva interna, los propios hablantes pueden atribuir nuevos significados a las palabras, recomponer expresiones y darles un nuevo uso, alterar las estructuras sintácticas e incluso modificar la pronunciación. De esta forma, son los propios recursos de un idioma los que se reciclan y dan lugar a nuevas acepciones que, con el paso del tiempo, van transformando el sistema lingüístico. Por otro lado, no cabe duda de que en la evolución de un idioma tiene una gran importancia la influencia de otros idiomas con los que convive. Cuando los hablantes de un idioma empiezan a interaccionar con otras comunidades de hablantes en intercambios lingüísticos en los que confluyen ambos idiomas durante un tiempo prolongado, es muy probable que se produzca un calado y que un sistema lingüístico empiece a incorporar elementos de otro sistema lingüístico. Lo más habitual suele ser incorporar elementos al nivel de la palabra, ya que son unidades de significado fácilmente reconocibles y rápidamente asimilables dentro del idioma: donde antes se usaba una palabra, pasa a usarte otra. Esto suele ocurrir de la mano de expresiones que se importan directamente desde otros idiomas, cuyo significado se consolida en la lengua receptora y cuyas partes compositivas, las palabras, empiezan a utilizarse con nuevas acepciones.
En este sentido, estamos hablando de palabras que designan realidades ya existentes en varias lenguas, pero que, por popularidad o convivencia, ganan aceptación entre los hablantes y permanecen en la forma de hablar. Sin embargo, a lo largo de la historia los idiomas también han ido evolucionando a medida que han ido teniendo que nombrar nuevas realidades y nuevos conceptos. Este es el caso de los neologismos, un tipo de palabra imprescindible para nuestra realidad globalizada y un elemento muy presente en el trabajo de muchos profesionales de la prestación de servicios lingüísticos.
Por neologismo, se hace referencia a una palabra de nueva creación, con independencia de que designe una realidad nueva o bien redefina una realidad ya conocida para un conjunto de hablantes. Por supuesto, las palabras que se utilizan para designar estas nuevas realidades no son aleatorias, sino que se forman mediante distintos procesos de composición. Tradicionalmente, por ejemplo, las nuevas palabras del ámbito científico se creaban por composición a partir de vocablos griegos o latinos. Precisamente por este motivo, en un gran número de comunidades de hablantes, ha resultado fácil incorporar estas palabras de nueva creación, ya que son muchos los idiomas que se han visto influidos por el griego y el latín en el pasado y, como tal, pueden incorporar las nuevas palabras fácilmente.
En la actualidad, vivimos un escenario globalizado en el que, sobre todas las lenguas, destaca una lengua vehicular, el inglés. Este idioma omnipresente no solo se utiliza en los lenguajes industriales, donde se forman neologismos en inglés con gran frecuencia y que terminan importándose al resto de idiomas, sino que también ha calado profundamente en la lengua coloquial y, en general, en el registro conversacional. Como apuntábamos antes, ello se debe a cuestiones relacionadas con la popularidad, con el creciente dominio de los idiomas de las nuevas generaciones o con el aumento de las comunidades de hablantes que hablan más de un idioma de forma intercambiable, lo que hace que, en ocasiones, las barreras se difuminen.
Este tema es de especial importancia para los profesionales de la prestación de servicios lingüísticos, que son los encargados de localizar hacia sus culturas de destino tanto los textos especializados que contienen neologismos como todo tipo de actos de habla para los que puede darse el caso de que exista una tendencia en aumento hacia la extranjerización. ¿Cómo deben tratar este tipo de palabras en sus traducciones? Pues bien, las posturas más habituales son las siguientes:
En primer lugar, hay que considerar en qué punto se encuentra ese neologismo y en qué tipo de texto se está divulgando. Si es la primera vez que aparece, es habitual en muchos tipos de texto hacer algún tipo de aclaración que ayude al lector, aunque en los textos muy especializados puede estar desaconsejado, ya que se entiende que el lector está familiarizado con el término o puede hacer una investigación por cuenta propia en la literatura publicada. Otro método consiste en buscar un equivalente en la lengua de destino, aunque, en las nuevas realidades designadas, esto no suele ser posible, por lo que en ocasiones se puede optar por el calco, la traducción literal del término y esperar a que su acepción se vaya abriendo camino entre la comunidad de hablantes.
Los traductores deben desarrollar una consciencia respecto al papel que desempeñan en el desarrollo de sus respectivas lenguas y tomar decisiones meditadas que respeten los tipos de textos en los que se enmarcan los neologismos, pero que, al mismo tiempo, garanticen que el mensaje se transmita correctamente hacia el público destinatario.
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