Los hablantes de un idioma se enorgullecen de los aspectos lingüísticos que hacen única la lengua en la que se comunican o aquella en la que deciden comunicarse. Esto se debe a que cada una comporta una serie de características que se han ido gestando a lo largo del tiempo y que marcan una diferencia con el resto de lenguas existentes. Además, es bien sabido que cada sistema lingüístico aporta una versión distinta a la hora de entender y conceptualizar el mundo en el que nos relacionamos; por este motivo, todos conocemos rasgos particulares de uno o más idiomas, les reconocemos una personalidad y la divulgamos. Por ejemplo, en las culturas occidentales llaman mucho la atención las lenguas asiáticas por sus diversos sistemas de escritura (los sinogramas en chino, los kanjis en japonés o el hangeul coreano), las lenguas romances por sus complejos sistemas de flexión verbal en comparación con los escasos tiempos derivados de las lenguas germánicas, las declinaciones presentes en el alemán, el ruso o el finés, etc. Por supuesto, aquí también tendrían cabida los tan estimados acentos.
En el caso del español, podrían destacarse varios rasgos que lo hacen único frente a las demás lenguas, como la correspondencia entre su ortografía y su pronunciación, el uso de la letra eñe, la pronunciación idéntica de la be y la uve (salvo en ciertos territorios), la hache muda, etc. Pero, sobre todo, uno de los aspectos que más llama la atención de este idioma es que es el único que emplea signos de apertura para marcar las interrogaciones y las exclamaciones, tema que nos ocupará en el artículo de hoy. En concreto, abordaremos la historia del signo de interrogación (?) y haremos alusiones al signo de exclamación (!) por paralelismo.
Dicha historia del signo de interrogación se remonta a la de la lengua latina. Y es que por aquel entonces no existían estos signos, pero evidentemente existían las preguntas y las exclamaciones. Cuando se escribían textos, la forma de marcar que se trataba de una oración interrogativa consistía en escribir la palabra quaestio («pregunta») al final de la misma. Huelga decir que hacer esta anotación manuscrita a lo largo de tantos documentos resultaba bastante tediosa. Por ese motivo, al tiempo pasó a escribirse la forma abreviada qo con la primera y la última letra de ese mismo sustantivo. Y así, se dio que, cuando se escribía rápido, la letra cu se montaba sobre la letra o, lo que originó la grafía que conocemos a día de hoy como signo de interrogación (?). Este fue importado por infinidad de lenguas, que lo recibieron por contacto, por herencia lingüística o por asimilación.
Esta fue la realidad en España desde el medievo hasta 1754, año en el que se publicó la segunda edición de la Ortografía de la Real Academia de la Lengua, en la que se incluía el signo de interrogación de apertura. Esta decisión obedecía a una realidad lingüística: en algunas oraciones (mayoritariamente largas) resultaba difícil averiguar si se trataba de una oración interrogativa o afirmativa hasta que no se veía si había signo de interrogación al final de la misma, lo que perjudicaba la entonación del discurso. A diferencia de otras lenguas como el inglés, que cuentan con palabras auxiliares para formular preguntas (do, have) al inicio de la oración e invierten el orden sujeto-verbo, en español el orden es el mismo en ambos casos, por lo que no se contaba con demasiados recursos. Como tal, se tomó la decisión de utilizar el signo de apertura solo en oraciones largas.
Sin embargo, esto trajo consigo un problema asociado: la percepción sobre si una oración resultaba larga o corta y, por lo tanto, si precisaba de este nuevo signo, quedaba a la entera discreción del escritor, lo que generaba muchas discordancias e inconsistencias. Así pues, en 1870, la Academia decidió hacer extensivo el signo de interrogación de apertura a todos los casos, para que no hubiera ningún género de duda y pudiera hacerse un uso consistente. Esto también se aplicó en 1884 al signo de interrogación, que irrumpió en los tratados allá por el 1726 con el nombre de «nota». Posteriormente, este fue conocido como «signo de admiración», pero esta era una de las muchas emociones que ayudaba a expresar, así que en 2014 se cambió oficialmente su nombre por «signo de exclamación».
Como comentábamos, el empleo de estos signos de apertura es exclusivo de la lengua española, si bien en la ortografía de la lengua gallega se menciona: «A entoación interrogativa ou exclamativa márcase ao final do enunciado por medio dos signos ? e !, respectivamente (…). Para facilitar a lectura e evitar ambigüidades poderase indicar o inicio destas entoacións cos signos ¿ e ¡, respectivamente». (La parte subrayada no forma parte del original).
Esta ha sido la evolución de los siglos de apertura de exclamación e interrogación. Ahora bien, ¿qué les deparará el futuro? Por desgracia, el uso de las tecnologías y la necesidad de inmediatez a la hora de redactar textos en formato electrónico está acusando una posible desaparición de este uso en español. De hecho, para comprobar esta realidad no hace falta más que encender nuestro teléfono inteligente y acceder al teclado; los signos de cierre se encuentran a un toque, a una pulsación o a dos toques, mientras que los signos de apertura se encuentran a tres toques, siendo necesario para ello investigar por la herramienta de una forma nada intuitiva. Habría sido más sencillo utilizar una función predictiva por la que, al pulsar la tecla de interrogación, apareciese en primer lugar el signo de apertura y a continuación el signo de cierre como sucede, por ejemplo, en Microsoft Word? (Sí, era una pregunta y una declaración de intenciones).
Seguramente, esta tendencia se encuentre motivada por la influencia de lenguas extranjeras y algunos dicen que solo el uso podrá dar una respuesta con el tiempo, pero que a veces el uso de los signos de apertura resulta innecesario porque se puede entender de qué se trata con tan solo echar un vistazo. Sin embargo, convendría recordar que en nuestro idioma existen otros aspectos que pueden parecer innecesarios, pero que ayudan sobremanera a entender mejor el discurso y las partes que lo componen, como por ejemplo las tildes diacríticas, las mayúsculas y los puntos y coma.
Resulta fascinante saber que somos los herederos de un idioma que ha evolucionado tanto a lo largo de los siglos y que será el uso que hagamos del mismo el que siente las bases de la lengua española que se hablará en el futuro.
A continuación, os recomendamos algunas lecturas en las que nos hemos inspirado para redactar este artículo:
- https://www.bbc.com/mundo/noticias-40643378#:~:text=Los%20signos%20de%20apertura%20(%C2%BF%20%C2%A1)%20se%20han%20de%20colocar,exclamaci%C3%B3n%20se%20inician%20con%20min%C3%BAscula.
- https://www.yorokobu.es/signo-apertura-interrogacion/
- http://almacendeclasicas.blogspot.com/2014/07/como-surgio-el-signo-de-interrogacion.html#:~:text=En%20lat%C3%ADn%2C%20una%20pregunta%20se,questio%20se%20redujo%20a%20QO.&text=En%201566%2C%20Aldo%20Manuzio%20public%C3%B3,libro%20de%20normas%20de%20puntuaci%C3%B3n.
- https://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2018/04/07/dos-signos-peligro/0003_201804G7P16993.htm
Ref. de la imagen: https://technabob.com/blog/2016/05/11/mario-question-block-light/