En el mundo se hablan aproximadamente 7000 lenguas, a las cuales hay que sumar todas aquellas que han quedado extintas por falta de uso o por el fallecimiento de sus últimos hablantes y, por así decirlo, guardianes. Como ya hemos apuntado en otras ocasiones, las lenguas, hasta donde nos han permitido aventurarnos la lingüística y la etimología contrastiva, surgen como resultado de la evolución de otras lenguas mediante la incorporación de nuevas palabras y expresiones, modificaciones en las estructuras sintácticas y gramaticales, así como el contacto entre las distintas comunidades de hablantes. Por ello, se habla de las lenguas como si se tratase de organismos vivos que aparecen derivados de otros anteriores, que crecen y que pueden dar lugar a otros nuevos organismos hasta que, llegado el caso, mueren. Asimismo, de esta interpretación se desprende que las lenguas surgen y evolucionan directamente gracias a los hablantes, que son los que van entrando en contacto con diferentes tendencias y los que las incorporan en su discurso diario. Por ello, por un lado, es posible hacer predicciones sobre el rumbo que tomarán las lenguas habladas en la actualidad (como pasa con la convivencia entre el inglés y el español en el continente americano), pero también resulta imposible determinar con fundamento qué procesos experimentarán de aquí a un tiempo concreto.
Todas estas lenguas a menudo se denominan de informa incorrecta, cuando se hace referencia a ellas como «lenguaje». Sin embargo, referirnos a estas lenguas como «lenguajes» es una imprecisión importante entre los profesionales del sector de los servicios lingüísticos. La diferencia fundamental es que el lenguaje, propiamente dicho, es una facultad que posee el ser humano para comunicarse a través de un sistema de signos. Y es dentro de esta categoría de sistemas de signos donde podemos encontrar las lenguas (regidas por el sonido articulado y por la escritura que reproduce dichos sonidos), pero también otros sistemas, como los de las lenguas de signos. Dicho lo cual, parece que tanto «lengua» como «lenguaje» son dos palabras que se encuentran realmente especializadas y que, en contextos formales, conviene aprender a usar con corrección para no dar lugar a malentendidos o imprecisiones.
Aparte, el término «lenguaje» tiene una acepción más próxima a nuestro concepto de lengua y es que con esta palabra se hace referencia también a las conocidas como lenguas artificiales. Pero ¿qué son las lenguas artificiales? En definitiva, son aquellas que existen en oposición a las lenguas naturales que hemos mencionado más arriba. Se trata de las lenguas que se crean desde cero o se inspiran en otras lenguas, que no evolucionan, que nacen de la capacidad inventiva de una mente creadora y que se utilizan para contextos muy concretos. Por lo tanto, no existen comunidades de hablantes que hablen estas lenguas como si fuera una lengua vernácula, pero, como ocurren con el resto de los idiomas, sí que pueden aprenderlos y empezar a usarlos activamente. Por poner ejemplos reconocibles, es posible que conozcamos los intentos de idiomas universales, como el esperanto, que buscaba crear una «lengua» de uso común por toda la humanidad mezclando sintaxis y léxico de una serie de idiomas mayoritarios (en cuanto al número de hablantes). Sin embargo, esta «lengua planificada», como también se la conoció, no prosperó y fue perdiendo adeptos a lo largo del s. XX por su falta de adaptabilidad. En concreto, se criticó su base «colonizadora» que pretendía unificar todos los idiomas con la consiguiente pérdida de identidad cultural para sus hablantes. Por otro lado, también cabía preguntarse si, con el esperanto consolidado como lengua vehicular, existiría el riesgo de que, en cada comunidad de hablantes, repartidas por las distintas regiones del mundo, pudieran formarse nuevas variantes del esperanto que, en un futuro lejano, volviesen a dar lugar a una ramificación en distintas lenguas derivadas, como pasó en su momento con el latín y las lenguas romances.
En la categoría de lenguajes artificiales, se incluyen, además, los denominados lenguajes ficticios, que sirven para un propósito completamente distinto y que, por motivos que explicaremos más adelante, gozan de una gran popularidad entre sus adeptos, aunque no los estudien ni los hablen para poder utilizarlos en su día a día. En esencia, los lenguajes ficticios son lenguas que se inventan desde cero y cuya utilización se le atribuye a un conjunto de hablantes existente únicamente en una obra de ficción, literaria o audiovisual. Estas desempeñan un papel muy concreto, el de dotar de exotismo y fascinación a un grupo de personas, entendidas como comunidad, como pueblo, como país, etc. y de elaborar una cultura concreta y mucho más realista que consiga imprimir una mayor credibilidad a dicha comunidad de hablantes dentro de la obra de ficción. A continuación, mencionamos algunos de los lenguajes ficticios más conocidos:
En Juego de Tronos tenemos dos ejemplos muy ilustrativos de lo que es un lenguaje ficticio, ambos ideados por David J. Peterson. Por un lado, tenemos el idioma dothraki, construido para el pueblo de guerreros nómadas que habitan el continente ficticio de Essos. Con palabras provenientes del ruso, del swahili y del turco, se trata de un lenguaje constituido por 3163 palabras y cuya fonética es completamente distinta a la de cualquier lengua natural. Por otro lado, tenemos el alto valirio, que viene a emular el latín, ya que se hace referencia a este como una lengua clásica y muerta. Algunas de sus expresiones más conocidas son valar morghulis (todos los hombres deben morir) y dracarys (fuego de dragón). En El Señor de los Anillos tenemos los idiomas quenya y sindarin, dos lenguajes artificiales ideados por el escritor J. R. R. Tolkien para dotar de voz a los elfos. El primero tiene influencias del finlandés, del latín y del griego y se sirve de numerosos afijos que pueden cambiar el significado de las palabras, mientras que el segundo está basado en el galés.
Estos lenguajes gozan de gran popularidad porque forman un elemento constitutivo de obras de gran éxito, por lo que algunos fans van más allá y, para llevar su fanatismo un paso más adelante, empiezan a aprender estos idiomas y los usan para comunicarse con otros fans. ¿Estamos entonces ante el inicio de una nueva lengua natural basada en un lenguaje artificial y ficticio?
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