El objetivo principal de una traducción es presentar un alto grado de calidad. Por ello, de un tiempo a esta parte se han venido estableciendo distintos parámetros y procedimientos con el objetivo de definir en qué consiste esta calidad y cómo se puede garantizar el alcanzarla. Como tal, a día de hoy sabemos que, por lo general, la responsabilidad de una traducción como producto final no recae únicamente en la figura del traductor que realiza la reproducción interlingüística, sino que intervienen otros perfiles traductores que están encargados de otro tipo de tareas, como los revisores, los correctores, los maquetadores, etc. La finalidad es la de que un mismo proyecto sea examinado por distintos profesionales para poder detectar cualquier clase de error (errores de traducción, inconsistencias, inadecuación terminológica, errores de maquetación, etc.) y así asegurar que la versión que se entrega es lo más fiel al original. Más específicamente, a la hora de seguir un orden lógico, la primera persona que trata con la traducción de un material original suele ser el revisor.
Este perfil profesional del ámbito de la traducción se corresponde con una persona diferente al traductor, es decir, que una misma persona no puede desempeñar ambas funciones para un mismo proyecto. Este lleva a cabo una lectura comparada o cotejo entre el original y la traducción y debe garantizar que esta sea adecuada al contexto, que esté exenta de errores ortográficos y que reproduzca fielmente el contenido de partida, para lo cual, propondrá o realizará una serie de cambios pertinentes respecto de la versión recibida. Pues bien, es precisamente en este punto en el que se encuentra la polémica, ya que popularmente entre los traductores existe la creencia de que los revisores no siempre se limitan a hacer cambios necesarios, sino que aprovechan para imprimir en la versión revisada cambios de forma y estilo que no mejoran la traducción original, sino que tan solo reflejan sus propios idiolectos.
Evidentemente, la mayor parte de las traducciones contienen algún tipo de error y, por ello, la labor de un revisor está siempre más que justificada, y es que es un par de ojos nuevos que relee la versión traducida por primera vez y no carga la saturación propia de los traductores, que vuelven una y otra vez sobre el texto, con el consiguiente riesgo que esto alberga a la hora de cometer errores o despistes. En realidad, tanto revisar como corregir son tareas complejas, porque los límites de la intervención no son fijos y, como tal, a veces entran en juego factores subjetivos. En ocasiones, cierto es, este «desconocimiento» se eleva a la máxima potencia. ¿Qué traductor no ha afirmado jamás conocer a un revisor de los que «cambian «no obstante» por «sin embargo»»? Aunque no es lo habitual, muchos revisores no han recibido una formación exhaustiva sobre revisiones y correcciones y, como consecuencia, sienten la necesidad de cambiarlo todo hasta el punto de rehacer una traducción con la que se encuentren más cómodos, incluyendo, además, sus manías personales a la hora de expresarse. Desafortunadamente, también existe el caso de ciertos revisores que tienden a cambiar un gran número de aspectos (preferenciales) por la necesidad de reafirmarse en su tarea o incluso a modo de postularse para la tarea de traducción. Ambas situaciones se derivan del hecho de que, en revisión, se tiende a pensar que la versión recibida es defectuosa y, por ello, es habitual ir «a la caza de errores» en lugar de revisar. Lo cierto es que cuando nos excedemos a la hora de aplicar modificaciones estamos desvirtuando el esfuerzo realizado en la etapa de traducción y, a efectos prácticos, se pierde tiempo en elaborar una nueva versión traducida para una versión que era correcta y solo precisaba una serie de cambios formales.
Por ello, es fundamental conocer cuáles son los parámetros básicos a la hora de realizar una revisión. De esta manera, si no tenemos claro cómo proceder, podremos asegurarnos de seguir unas directrices objetivas orientadas a asegurar la calidad de una traducción. Para empezar, debemos tener claro en todo momento que las modificaciones tienen que contar con una justificación; es decir, que es preciso indicar si se trata de un error de traducción, de una inconsistencia o bien de un pequeño cambio preferencial para mejorar la lectura o para adecuarse mejor al contexto. A partir de aquí, podremos ir evaluando una serie de parámetros objetivos. En primer lugar, hay que constatar que la traducción refleja el contenido del material de origen; no deben existir omisiones y adiciones injustificadas, errores de interpretación o contenido sin traducir. Para ello, es fundamental hacer la revisión haciendo referencia constante al texto original. Seguidamente, hay que prestar una atención constante a la gramática, a la ortografía y a la ortografía. Este tipo de errores denota una falta de conocimiento en la lengua de destino y es el indicador más evidente de una traducción defectuosa. Asimismo, es importante asegurarse de que la lectura es fluida y natural en la lengua de destino. Cualquier cambio, reformulación o reestructuración en este sentido debe argumentarse para no confundirse con un cambio preferencial. Por supuesto, otro punto importante es comprobar que la terminología es la apropiada para el ámbito de especialidad y que el estilo general sea el habitual para el tipo de textos. Si la revisión que hagamos ha tenido en cuenta todos estos aspectos, podremos entregar un trabajo con la seguridad de haber velado por los intereses de la traducción de la forma más objetiva.
La traducción y la revisión son dos tareas que deben ir siempre de la mano, ya que forman un tándem excepcional para hacer un trabajo profesional. Además, la revisión es una gran oportunidad para recibir comentarios constructivos e incorporar esas enseñanzas a los encargos que recibamos en el futuro.
Ref. de la imagen: https://mymodernmet.com/rachael-ashe-altered-books/