LAS LENGUAS FRANCAS A LO LARGO DE LA HISTORIA

El entendimiento entre los distintos pueblos ha sido desde siempre un elemento fundamental para el desarrollo de las sociedades y de la cultura. Como no podría ser de otra manera, uno de los obstáculos principales a los que se han debido enfrentar ha sido el que imponen las barreras lingüísticas, ya que existían varias comunidades de hablantes que se comunicaban en un idioma concreto que, en ocasiones, guardaba muy poca relación de semejanza con el resto de idiomas que entraban en contacto con él. ¿Qué pasaba cuando un pueblo llegaba a tierras extranjeras y deseaba comerciar? ¿Cómo se comunicaban dos pueblos en asuntos relativos a la relación entre sus estados? Y, aunque corresponda a una parte de la historia mucho más cruel, ¿cómo se comunicaban con los locales las tropas que llegaban a territorios extranjeros con fines de conquista? Sin duda, esta es una ocasión ideal para volver a destacar la labor de los traductores, aunque en determinados momentos de la historia no se atribuyeran ese cargo, que procuraban descifrar los códigos lingüísticos de otras comunidades de hablantes para establecer canales de comunicación que, desde unos inicios más rudimentarios, evolucionaban a auténticos sistemas de comunicación efectivos, los cuales conocemos hoy en día como lenguas francas.

La expresión «lengua franca» es un término que, en realidad, deja patente que se gestó en un punto concreto del mundo. Por este motivo, en la actualidad se emplean asimismo expresiones más neutras como «lengua vehicular». En origen, esta expresión hacía referencia al idioma fráncico o tudesco, una lengua germánica occidental hablada por los francos y extendido en las zonas que actualmente corresponden a las regiones de Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Francia y Alemania que permitía la comunicación entre todos estos pueblos para hacer posibles las relaciones comerciales y políticas. Posteriormente, se fueron creando otras lenguas francas que tuvieron su origen en otros periodos históricos. Una de las primeras que podemos destacar es el latín, que fue utilizado como idioma de cohesión por el Imperio romano durante su expansión a lo largo de los siglos por Europa, el norte de África y Asia Menor. De hecho, pese a la posterior caída del imperio, el latín continuó usándose como lengua de divulgación científica y para la política, ya que había logrado una gran difusión entre los intelectuales. No obstante, su uso convivió con el de las lenguas habladas por el pueblo llano que no tenía acceso a su estudio académico y, por ello, el latín terminó mezclándose con las otras lenguas y asimilándose poco a poco mediante todo tipo de fenómenos lingüísticos, ya que las personas adoptaban palabras, les daban significados nuevos a otras palabras, deformaban la pronunciación o la escritura original de una palabra o creaban nuevos usos sintácticos, etc. En definitiva, las lenguas francas son el resultado de combinar una lengua principal, que se usa con fines de mayor alcance divulgativo, con una o más lenguas de hablantes que, si bien pueden seguir utilizando las suyas propias, deben recurrir a dicha lengua principal para otros fines, como el comercio, la educación o, por motivos de imposición, la supervivencia. En el caso del latín, esta convivencia y mezcolanza fue la que dio lugar a las lenguas romances, que son nada más y nada menos que el resultado del empleo del latín por parte de las gentes de distintas regiones que convivieron con sus lenguas locales. De esta manera nacieron el español, el portugués, el francés, el italiano, el rumano, entre otras muchas.

Por supuesto, a lo largo de la historia han existido otras lenguas francas. Una menos conocida fue el sabir, que se utilizó en el Mediterráneo a finales de la Edad Media por parte de comerciantes, marineros y diplomáticos con fines de comunicación. Esta era una mezcla del español, el portugués, el provenzal, el árabe, el turco y algunas lenguas bereberes y, como curiosidad, el mismo Cervantes la menciona en El Quijote. Por su parte, el árabe fue considerada la lengua franca del Imperio islámico entre los siglos VII y XV, el cual llegó a limitar con China, el norte de la India, Francia y Portugal. Este idioma sirvió como lengua de comunicación en todo este vasto territorio y, como consecuencia, enriqueció las lenguas con las que entró en contacto. Entre el siglo XVII y XIX podemos destacar el papel del francés como lengua franca de la diplomacia, gracias especialmente al surgimiento de la Ilustración, aunque también tuvo gran calado en el ámbito de la cultura. Esta se convirtió en una lengua de intelectuales y aprender francés se convirtió en una marca de distinción. Esta lengua cobró una gran popularidad no solo en la Europa más occidental, sino que se hizo altamente popular en la aristocracia rusa. De hecho, el ruso cuenta hoy en día con numerosos galicismos como consecuencia de este periodo de convivencia. El francés resultaba más fácil de difundir que el latín y por eso fue ganándole terreno a la hora de homogeneizar las comunicaciones.

Por último, hay que destacar que muchos autores hacen una distinción entre las lenguas francas, en el sentido en que las hemos descrito anteriormente, y las lenguas mundiales, que son lenguas que permiten centralizar la comunicación a una escala mucho mayor, ya que en los ejemplos anteriores hablábamos de territorios más localizados. Las lenguas mundiales permiten la comunicación entre personas de cualquier parte del mundo y son la lengua de preferencia para la divulgación científica y la investigación, En la actualidad, este lugar lo ocupa indiscutiblemente el inglés, pero el futuro está lleno de incógnitas en cuanto a las lenguas vehiculares que hablaremos en el futuro y el impacto que estas tendrán en nuestra cultura.

 

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