El humor es un acto comunicativo muy complicado. En general, tiene un marcado componente cultural y geográfico, con juegos lingüísticos muy complejos de descifrar y transmitir. Esta complejidad se magnifica cuando tratamos de traducirlo a otro idioma.
Por ello, resulta fácil comprender que al traducir el lenguaje humorístico es necesario alejarse mucho de la traducción literal. Como paso previo, el traductor tendrá que sumergirse en una interpretación general del texto a traducir, profundizando en el mensaje que el autor quiere transmitir y siendo extremadamente cuidadoso para no alterarlo. Muchas veces necesitará apoyarse en informantes nativos para no perder ningún detalle sobre el contexto cultural de origen y las connotaciones del mensaje. Esto, junto con su experiencia y el conocimiento profundo de otras culturas, le ayudará en la tarea de traducción propiamente dicha, en la que la sintaxis cederá el paso al sentido literario y a la estética. El resultado únicamente puede evaluarse por sus efectos sobre los lectores. La risa, en este caso, se convierte en un buen indicador, y tendrá que ser la misma que experimenta el lector del texto inicial. Solo así podremos saber que el texto traducido ha hecho justicia a la obra original.
Según los profesionales, la dificultad de la traducción de textos humorísticos se puede comparar a la de poemas. En ambos casos, el traductor deberá utilizar sabiamente su ingenio para despertar en el lector diferentes sensaciones, con independencia del idioma original en el que haya sido redactado el texto.
Fuente: http://babelafial.webs.uvigo.es/pdf/01/art07.pdf
Imagen: Salusvision