En la industria de la prestación de servicios lingüísticos, hay un punto en común entre los profesionales que conocen al dedillo la naturaleza de su propio trabajo y las personas que, sin pertenecer a este mundo, se forman una idea concreta de en qué consiste esta actividad comercial, social y artística. Para todos nosotros, la traducción, entendida aquí en sentido amplio, es la acción de expresar en un idioma lo que se ha expresado antes en otro y, para ello, ambos extremos reconocemos que es fundamental que las palabras que figuran en una versión traducida reproduzcan lo más fielmente posible el significado y el sentido de las palabras que se han empleado en la redacción original. Sin ir más lejos, cuando juzgamos una traducción o nos encontramos con un texto presumiblemente traducido (p. ej., instrucciones, fichas técnicas, publicaciones en Internet, traducción generada automáticamente al visitar páginas web extranjeras, etc.), muchos de nosotros nos sentimos movidos a analizar el texto en nuestra lengua materna, valorar si «suena bien» y, finalmente, hacer una valoración global de la traducción. ¿Quién no ha dicho nunca «Qué mal traducido está esto» o «Me pregunto qué diría el original»? Esto es una prueba inequívoca que la finalidad principal de una traducción es comunicar eficazmente y que, cuando no se consigue, el público destinatario desarrolla una impresión negativa hacia el producto traducido y desconfía de la calidad de la actividad interlingüística.
En general, uno de los factores que más rápidamente evidencian la calidad de una traducción y, en definitiva, el éxito a la hora de conectar con la audiencia de destino, es la traducción de la terminología. Si bien la terminología puede definirse como el conjunto de palabras propio de una determinada profesión, ciencia o materia, lo cierto es que, más ampliamente, podríamos entender la terminología como el conjunto de palabras propio de cualquier ámbito y reconocible para el público que está en contacto con dicho ámbito. Así pues, no limitamos la terminología a las áreas de especialidad más convencionales, como la ciencia, la tecnología, las leyes y la medicina, sino que establecemos la existencia de terminología en cualquier campo, con independencia de su tecnicidad. La música tiene una terminología propia, y existirán diversos conjuntos de términos según hablemos de música clásica, de pop latino, de productoras musicales o de folclore local. La moda tiene una terminología propia, y existirán diversos conjuntos de términos según hablemos de tejidos, de estilos relacionados con el interiorismo, de tendencias antiguas o de talleres artesanales. La terminología es el conjunto de palabras que dota de idiosincrasia a cualquier ámbito, y podemos encontrarla en cualquier lugar a lo largo de nuestra carrera como traductores profesionales, por lo que ninguna especialidad debe considerarse menos específica que otra o de menor categoría o menos complicada, porque dominar el léxico propio de cada una es una destreza ardua de cultivar para los traductores profesionales y, cuando se maneja hábilmente, logra imprimir una calidad superior en cualquier producto traducido, lo que marcará la diferencia entre una traducción convencional y una traducción superior.
Por todo ello, los traductores nos tomamos muy en serio la traducción de los términos en cada una de las materias que traducimos. Si redactar con un buen estilo genera una impresión global atractiva y motivadora, emplear la terminología adecuada aporta rigor, seriedad y distinción. Por ello, lo habitual es que los traductores se documenten profundamente acerca del área sobre la que van a traducir. Por supuesto, existen traductores que ya cuentan con conocimientos específicos en una especialidad y, por otro lado, traductores que no cuentan con los mismos conocimientos específicos pero que utilizan una gran cantidad de recursos para empaparse de la temática, comprender a la perfección los textos con los que trabajan y producir una traducción que sea funcional tanto para el contexto objetivo como para el público destinatario. En cualquier caso, las traducciones terminológicas no suelen ser arbitrarias en el mundo de la traducción profesional. Para llegar a ella, los profesionales deben consultar un sinfín de recursos especializados, como glosarios multilingües, diccionarios ilustrados, bases de datos oficiales, etc. Todos estos esfuerzos sirven para designar las realidades tal y como se las conoce en cada sector.
No obstante, la terminología en el ámbito de la prestación de servicios lingüísticos se enfrenta a dos dificultades que hoy en día están en auténtico auge. Por un lado, hablar de terminología es hablar de sinonimia. La realidad es que en muchos casos existe más de una palabra para designar un producto o un concepto. Esto se debe a la convivencia entre distintas variedades del español, la adopción de extranjerismos por moda o por necesidad y a las imprecisiones derivadas de los encargos urgentes. Por ello, es habitual que el traductor encuentre varias opciones de traducción entre las que debe elegir. Para tomar una decisión, lo más importante es estudiar al cliente, el material localizado en sus sitios de referencia y, en definitiva, tratar de conectar lo más posible con la audiencia a la que vaya dirigida la traducción. Si bien la sinonimia genera un inconveniente en cuanto a que el aumento de palabras para una misma entidad puede generar mayor confusión, la riqueza léxica que nos aporta nos ayuda a escribir textos con un estilo propio y mucho más localizado. Por otra parte, los traductores tienen que tener en cuenta que, en el aspecto comercial, traducen para un cliente concreto. Este cliente, normalmente integrado en el sector donde se enmarca la traducción, tendrá unas preferencias terminológicas que espera ver aplicadas en los materiales traducidos. Esto quiere decir que, con frecuencia, la labor de documentación por parte del traductor se ve relegada a un segundo plano por la necesidad de respetar una serie de convenciones proporcionadas por el cliente. En algunos casos, esto no será más que una mera cuestión de estilo, pero en otros cabe la posibilidad de encontrar bases terminológicas cuya calidad no sea la adecuada. Por ello, siempre que sea posible, lo ideal será ponerse en contacto con el cliente para poner en común la situación y encontrar la solución óptima para ambas partes.
La terminología es uno de los elementos más importantes a la hora de apreciar la calidad de una traducción. Como traductores, debemos procurar imprimir la mayor rigurosidad y tener siempre presentes las necesidades de nuestros clientes y el público para el que traducimos.
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