En el contexto actual de la traducción, entendida como ejercicio profesional, tenemos claro que la labor de los especialistas ya no consiste simplemente en ponerse delante de un texto redactado en una lengua y ocuparse de volver a expresarlo en la lengua de destino. Si bien la reproducción interlingüística sigue siendo el objetivo fundamental de los servicios de traducción, lo cierto es que las dinámicas de trabajo han evolucionado considerablemente. Desde un punto de vista cronológico, pasamos de traducir a mano sobre el papel con un original físico al lado a producir y digitalizar los textos por ordenador y a elaborar sus traducciones mediante editores informáticos. Estos últimos, gradualmente, fueron dando paso a los programas de traducción, que ofrecían la posibilidad de integrar el texto de origen y el texto de destino en una misma pantalla de forma visual al tiempo que proporcionaban una serie de herramientas específicas de gran utilidad para poseer un mayor control sobre la edición de texto y para poder realizar procesos de control de calidad mucho más exhaustivos. Finalmente, la última revolución consolidada en el ámbito de la traducción fue la incorporación de la traducción automática, que permitía generar traducciones al instante por medio de la comparación del texto de origen con una serie de corpus de pares de texto originales y traducidos en un motor de traducción. Este nuevo recurso presentaba una importancia trascendental, ya que permitía agilizar los tiempos de redacción y traducción de forma extraordinaria, por lo que poco a poco fue ganando popularidad entre las agencias de traducción y los clientes, ya que su uso iba asociado igualmente a un abaratamiento de los costes. Sin embargo, esta traducción automática presentaba, asimismo, una serie de desventajas que suponían un problema real a la hora de garantizar la calidad de los trabajos, y es que los resultados de traducción generados por el motor de traducción estaban condicionados por la segmentación. Es decir, que, si un texto segmentado se introducía en un motor de traducción automática y este estaba segmentado por comas, la herramienta solo reconocía la frase hasta la coma y proporciona una traducción independiente hasta esta que, en ocasiones, no guardaba relación con la continuación de la frase en el segmento siguiente. Estos errores, que no solo se producían al nivel de la coma, sino que bien podían aparecer entre frases completas, suponían un gran inconveniente para la calidad de un producto traducido, ya que generaban inconsistencias terminológicas, frases agramaticales y un estilo poco natural y forzado. Por ello, al cabo del tiempo se terminó concluyendo que, por el momento, la traducción automática no podía existir de forma individual, ya que no se le podía confiar la tarea de traducir fielmente y de forma consistente un texto, lo cual no era permisible ni para el cliente y sus necesidades ni para los estándares de la industria de la traducción.
Por ese motivo, gradualmente entró en juego la etapa de posedición. Esta etapa, de sobra conocida hoy en día entre los profesionales, es la encargada de recibir una traducción automática, en las condiciones que hemos detallado anteriormente, y corregir todos y cada uno de los errores de traducción, consistencia terminológica, puntuación, gramática y estilo que hayan podido generarse, de modo que el resultado final sea lo más parecido posible a una traducción a la vieja usanza. En principio, la utilidad de todo este proceso, pese a la necesaria participación de la figura del poseditor, es que se habrá ahorrado un tiempo considerable fruto de todos aquellos segmentos que el motor de traducción haya generado correctamente y que, durante la posedición, solo haya hecho falta confirmar. En Ventajas e inconvenientes de la posedición (perspectiva del traductor) y en Ventajas e inconvenientes de la posedición (perspectiva del cliente) hablamos más detenidamente sobre estas cuestiones.
Pero, además, aparte de la etapa de la conocida posedición, existe también una etapa, quizá menos presente en los procesos de las agencias de servicios lingüísticos, conocida como «pre-edición». En esencia, el objetivo de este proceso es similar al de la posedición, ya que trabaja con un texto que, en algún punto, va a tener contacto con la traducción automática. Dicho de otra forma, la pre-edición tiene en cuenta que un texto con determinadas características puede tener un índice mayor de probabilidades de generar una traducción automática errónea y, por ese motivo, su misión es la de hacer las modificaciones oportunas antes de tratar dicho texto con el motor de traducción. En definitiva, la pre-edición toma el texto en cuestión y analiza parámetros como la longitud de las oraciones, ya que, si son demasiado largas o tienen una puntuación muy extensa, habrá más probabilidades de que, durante la segmentación, la oración se parta y se generen traducciones inconexas. Por ese motivo, la pre-edición se encarga de transformar oraciones largas y complejas en oraciones más simples de cara a la traducción automática. Asimismo, estudia la terminología para asegurarse de que esta sea consistente y que, en la medida de lo posible, no se usen sinónimos que puedan derivar en problemas de inconsistencia en la traducción. Finalmente, se encarga de exponer la información en un orden lógico y fácilmente interpretable para las máquinas. De este modo, se consiguen textos mucho más sencillos que, cuando se sometan a la traducción automática, obtendrán mejores resultados, de modo que la intervención del poseditor sea menor.
Como podemos observar, la traducción automática siempre va ligada a la intervención del factor humano, ya sea durante la pre-edición (en la que preparamos y modificamos un texto de cara al motor de traducción) o durante la posedición (en la que corregimos los errores generados). Sin duda, la variante más popular es esta última, ya que la pre-edición conllevar modificar el texto de origen, una labor que debería recaer únicamente en las personas que generasen dicho documento, ya que un traductor no puede modificar material original a su antojo. Por el contrario, lo que sí puede hacer el profesional lingüístico es asesorar a los distintos clientes en materia de claves de redacción para asegurar que los textos producidos reducen el riesgo de generación de errores durante la traducción automática.
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