Como bien saben los profesionales del sector de la prestación de servicios lingüísticos, la labor de un traductor rara vez suele limitarse solamente a la conversión interlingüística entre un par de idiomas, una idea consolidada en el ideario colectivo pero que poco a poco se va desmintiendo conforme la actividad traductora se va haciendo presente en la sociedad y sus trabajadores «educan» a terceras partes clave para esta finalidad, como son los mismos clientes. De hecho, la situación actual del mercado de la traducción se debe en parte a la perspectiva de la que parten los clientes cuando se disponen a contratar servicios de traducción, como la contratación de traductores al precio más bajo o con la promesa de la entrega más temprana y que presentan escasas acreditaciones para ejercer la profesión, que a menudo puede dar lugar a estafas o a la entrega de trabajos en condición de mala calidad. Asimismo, el desconocimiento de los procesos de la actividad traductora puede generar ciertos conflictos entre las expectativas de los clientes y la realidad del día a día laboral del profesional, como suele ser el caso con los plazos de entrega. Por supuesto, una de las prioridades de las agencias de traducción y de los profesionales autónomos en satisfacer plenamente la necesidad de los clientes respecto al tiempo, por lo que hacen todo lo posible para que se produzca la entrega a tiempo. No obstante, en ocasiones los clientes solicitan plazos de entrega creyendo que el inicio de la tarea es inmediato, cuando la realidad es que esa nueva tarea se tiene que incorporar en un calendario organizativo con otros proyectos activos para cada uno de los traductores. Por ello, es fundamental que los clientes aprendan a diferenciar entre lo que es un encargo urgente y lo que es un encargo del que gustarían disponer lo antes posible. En el artículo Consejos para agilizar los procesos en encargos urgentes hablamos en mayor detalle de esta cuestión y proponemos soluciones específicas.
Por su parte, otro de los aspectos más discutidos en el mundo de la prestación de servicios lingüísticos es el grado de implicación de los profesionales traductores en el proceso de localización de un producto. Como bien es sabido, en el día a día de esta actividad, aquí entendida únicamente como traducción escrita, nos topamos con infinidad de materiales que debemos adaptar, localizar o traducir a una lengua de destino, pero que en ocasiones nos plantean dudas sobre su verdadero significado, oscuro ya desde el original, o bien detectamos imprecisiones y errores que ponen en riesgo la calidad de dicho material de partida. Pero ¿qué hacer en estos casos? ¿Debemos informar de los errores?, ¿debemos reproducir los errores?, ¿debemos, incluso, pasar por alto el original y reformular el texto de destino de forma relativamente libre? La intervención del traductor en estos casos está abierta a debate.
La realidad es que en muchas ocasiones nos encontramos con originales que presentan imprecisiones, las cuales nos hacen plantearnos qué enfoque seguir durante el proceso de traducción. Un caso muy habitual es el de los errores ortotipográficos en origen. Estos errores pueden ser ortográficos (si hay fallos a la hora de escribir una palabra, si faltan acentos, si se han confundido letras, etc.), gramaticales (si las oraciones no están construidas correctamente, si hay fallos de concordancia respecto al género gramatical o respecto al número gramatical, etc.) o de puntuación (si hay inconsistencia en el uso de un signo, si las oraciones no están bien puntuadas y esto supone una dificultad para la lectura, si se confunden símbolos, etc.). Evidentemente, la traducción que realice el profesional no debe contener ningún tipo de errores de este tipo, por lo que, si se observan en el original, lo habitual es que estos se corrijan en la versión traducida para producir una traducción que sea correcta en términos gramaticales. No obstante, en algunas ocasiones y sobre todo en algunos tipos de texto, los clientes solicitan que se mantengan los errores originales para reproducir la máxima fidelidad, como ocurre en el ámbito de la propiedad intelectual. Sin embargo, lo habitual es que los clientes agradezcan que se les notifique este tipo de errores mediante una nota para poder perfeccionar la calidad del original y no presentar una versión incorrecta, lo que podría afectar a su respectiva actividad comercial. Con este ejemplo, queda claro que el traductor tiene cierta facultad para hacer anotaciones sobre los textos originales y proponer cambios para mejorar su calidad. Pero ¿hasta dónde se extiende este ámbito de actuación?
El traductor puede actuar como asesor lingüístico y, en ocasiones, al trabajar directamente en la traducción cotejada con el original, puede reparar en otro tipo de errores más minuciosos, como el de la inconsistencia en el uso de determinados términos, con lo cual podría recomendar una unificación terminológica para que la lectura y la comprensión resulten más inteligibles. Asimismo, podríamos resaltar la participación del traductor en el estilo general de la redacción. Como especialista en lenguas, normalmente el perfil traductor tiene una mayor sensibilidad a la hora de analizar la calidad de un estilo de redacción en comparación con los autores de textos generalistas y especializados. Aquí cabría preguntarse si un traductor puede sugerir cambios de estilo en el original, pero lo cierto es que este aspecto entra en conflicto con la función creadora del cliente, por lo que no suele ser habitual modificar grandes unidades de textos como consejo por parte del traductor. Esto no impide, no obstante, que el traductor pueda ofrecer en su traducción una versión mucho más meditada en la que la información se exponga de forma mucho más clara y atractiva, mejorando así la calidad global del producto.
En definitiva, la intervención del traductor en los materiales originales está limitada a criterios formales, como el gramatical, y no suele poder modificar mucho más allá. No obstante, si considera que el original no es claro o presenta problemas de estilo, siempre podrá ofrecer una adaptación en la versión traducida, aunque ello dependerá del tipo de texto en cuestión.
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