LA ESCUELA DE TRADUCTORES DE TOLEDO

Los orígenes del tema que hoy nos ocupa se remontan a la península ibérica de principios del siglo VIII, el comienzo de la que sería conocida como la Conquista musulmana de Hispania y cuya influencia perduraría hasta pasados casi ocho siglos. Durante este período de pugna por el territorio, la balanza se inclinaba a favor de una u otra parte a lo largo de continuas batallas que asediaban las ciudades y marcarían notablemente su desarrollo cultural. Uno de los casos más célebres fue el de Toledo, recuperada a manos del reino de León por Alfonso VI y arrebatada a las fuerzas musulmanas de Al-Qádir en 1085, emir de la Taifa de Toledo. Según se cuenta, una vez conquistada por los cristianos, en la ciudad reinó un clima de convivencia y paz entre las tres religiones monoteístas (la cristiana, la judía y la islámica) que propició que se compartieran conocimientos de tan diversas fuentes y cuya consecuencia más directa fue el hecho de que Toledo acabara convirtiéndose en cuna de la intelectualidad europea. Esta versión favoreció el mito «romántico» de la España de las tres culturas, pero lo cierto es que fue un periodo lleno de conflictos y, de hecho, a esa difusión de conocimientos interculturales contribuyó en gran medida la conocida como Escuela de Traductores de Toledo.

 

En primer lugar, conviene aclarar que esta no era una institución educativa como las que conocemos a día de hoy; el nombre hace alusión a un proceso impulsado por los reyes, abades y obispos que buscaba promocionar la traducción al latín de obras árabes, hebreas y persas. Ahora bien, ¿por qué motivo?

Resulta que el contexto histórico presentaba a una España cristiana en la que se vivía un periodo de cierta pujanza, pero en la que vivía una sociedad rudimentaria y de cultura muy limitada después de que la tradición visigoda se viera asolada durante los tiempos de conquista. Por su parte, la España musulmana estaba sumida en un caos político y social que la hacía incapaz de recuperar el territorio perdido, pero su civilización se había estado nutriendo de la amplia extensión del islam, que hizo posible incorporar los conocimientos habidos en Grecia, Persia y Babilonia.

Muchos de estos llegaron al imperio islámico durante el final del imperio romano, en el que diversas obras se tradujeron al siríaco y, siglos más tarde, al árabe. Las copias de estos textos terminarían llegando a las bibliotecas califales de Córdoba y, desde esta, pudieron pasar fácilmente a territorio cristiano.

Evidentemente, la España cristiana buscaba afianzar su posición de liderazgo accediendo al saber que se atesoraba en la España musulmana e inició un proceso de traducción de estos textos.

 

Uno de los primeros promotores fue el arzobispo Raimundo de Sauvetat, que impulsó la traducción de los textos e ideó cadenas traductológicas muy interesantes: este pidió a los mozárabes (cristianos bajo ocupación musulmana), que habían estado en contacto con la lengua árabe, que realizaran traducciones al que ahora conocemos como castellano antiguo y luego los clérigos de la catedral toledana eran los encargados de traducir estas versiones en lengua romance al latín, que era la lengua de divulgación en la época. De igual manera, los judíos traducían del árabe al hebreo y, posteriormente, sus textos eran versionados al latín.

La escuela de traductores de Toledo se encargó de traducir a Aristóteles, a Platón, a Ptolomeo, a Euclides, la Metafísica de Avicena, la astronomía árabe, la Fons Vitae de Avicebrón, etc. En suma, el 47 % de las obras traducidas se enmarcaba en el ámbito del cálculo y de la cosmología; el 21 %, en la filosofía; el 20 % en medicina; el 8 % en religión, física y ciencias de la naturaleza y el 4 % en alquimia y ciencias ocultas.

Esta labor fue continuada por Alfonso X el Sabio, que se encargaba de supervisar las traducciones y revisar algunos textos. A finales del siglo XIII ya no solo se traducía al latín, sino que se publicaban versiones en castellano y en francés, lo que hizo que este conocimiento pudiera expandirse rápidamente por toda Europa, lo que impulsaría un auge de las ciencias en siglos posteriores. Por este motivo, podría afirmarse que Toledo fue cuna de la intelectualidad prerrenacentista y que sirvió como puerta de entrada del saber para toda Europa, una labor que no habría sido posible, entre otras figuras, sin la ayuda de los traductores.

 

Para la redacción de este artículo se han consultado los siguientes enlaces:

 

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