Con independencia de las creencias religiosas que tenga (o no) cada cual, la Biblia es un texto de gran importancia para los estudios de Traducción. Por todos es sabido que se trata de uno de los libros más traducidos a lo largo de la historia y, como antaño el contexto de esta profesión era completamente distinto al actual, resulta curioso plantearse en qué condiciones y con qué recursos se afrontó una traducción de esta índole y que tamaño impacto tendría en el ideario de las generaciones venideras.
Allá por el año 382 d.C., el Papa Dámaso I encargó a Jerónimo de Estridón la traducción al latín de la Biblia en hebreo y griego, cuyo objetivo era acercar al pueblo llano el contenido de sus textos, de ahí que se la terminase conociendo como la Biblia Vulgata.
Si analizamos esto desde una perspectiva más actual, el patrón de los traductores recibió un encargo de cerca de 800 000 palabras de un texto literario con marcado simbolismo, en el que había que aplicar reformulaciones y seguramente para el que habría que recurrir a cierta transcreación. Evidentemente, no podía analizar el número de repeticiones, ni crear plantillas para verificar la calidad global ni mucho menos crear una base de datos terminológica para consultas rápidas. Se dice además, que Jerónimo de Estridón no era un hombre versado en las lenguas de origen desde las que iba a traducir, y seguramente no existieran muchos diccionarios temáticos hebreo-latín o griego-latín especializados en teología. ¿Pero y todo esto para cuándo?, ¿se le podía pedir plazo al Papa de la Iglesia católica? Bueno, nosotros aceptamos por si acaso y ya nos vamos poniendo manos a la obra (en este caso literalmente, porque quedaban unos trece siglos hasta que la primera máquina de escribir viera la luz).
Esto mismo que acabamos de describir nos lleva a la siguiente reflexión: si con la cantidad de recursos de los que disponemos en nuestra época a veces detectamos fallos que consideramos inaceptables, ¿qué errores pudieron cometerse en una traducción como la de la Biblia en una época con semejante contexto? Pues no pocos. De ellos, muchos han perdurado en el tiempo y han influido notablemente en nuestra cultura. A continuación, os exponemos algunos de los saltos al vacío más relevantes.
LOS CUERNOS DE MOISÉS
En muchas representaciones artísticas, el profeta exhibe dos pequeños cuernos sobre su cabeza (véase por ejemplo el Moisés de Miguel Ángel). Y es que, como explican en este artículo, el escaso conocimiento del hebreo que tenía San Jerónimo le hizo malinterpretar la narración del descenso del monte Sinaí, en la que Moisés bajó portando las tablas de los mandamientos con unos resplandecientes rayos de luz sobre la frente: « La palabra en hebreo con la que se refería a los rayos de luz es karan pero (…) este confundió tal término por el de keren, cuyo significado es, efectivamente, cuernos». Por ello, a lo largo de la historia, este personaje se ha representado con rayos de luz o bien con cuernos, según la versión de la Biblia que se usase como referencia.
EL FRUTO DEL ÁRBOL DEL CONOCIMIENTO
El erudito residió en Belén durante 15 años, en los que procuró empaparse del idioma, hasta finalizar su cometido. En el Génesis, cuando se cuenta la historia de Adán y Eva, se describe que ella comió el fruto del árbol del bien y del mal, algo que Dios les había prohibido explícitamente a los dos. En este artículo, se explica que en la versión hebrea se utiliza la palabra peri para designar el fruto (término que podía referirse a cualquier fruta). Pero parece ser que San Jerónimo aprovechó la ocasión para introducir un juego de palabras entre el sustantivo mālus, mālī (manzana) y el adjetivo malus, –a, –um (malo, el mal). «Así, al comer la mālum, Eva contrajo el malum». Por aquel entonces mālus se refería a cualquier fruto carnoso que diera semillas, por lo que también podríamos estar hablando de una pera o un melocotón (Miguel Ángel la representa como un higo en la Capilla Sixtina). Finalmente, el uso de la manzana se terminó consolidando a lo largo de diversas representaciones pictóricas, una idea que han heredado las culturas como consecuencia de una explicitación.
EL CAMELLO CONTORSIONISTA
Nos apropiamos del subtítulo que aparece en este artículo para explicar otro caso muy interesante. En la parábola del joven rico (Lc. 18, 18-30) Jesús invita a un hombre a despojarse de sus riquezas. Ante la evidente tristeza en sus ojos, el mesías comenta «Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas. Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios». Ciertamente, se trata de una analogía un tanto extraña. Pues bien, en el citado artículo, se exponen tres posibles teorías, las cuales exponemos seguidamente:
- La respuesta más sencilla es que se trata de una hipérbole y, por lo tanto, la traducción es correcta.
- «Ojo de aguja» era el nombre que recibía una puerta pequeña que se hallaba en otra puerta mucho más grande en la entrada de la ciudad. En las ciudades amuralladas se utilizaba este tipo de puertas, de manera que pudieran pasar por ella las personas, pero no carros o animales de carga (como los camellos).
- La palabra gamlaen arameo se traduce como ‘camello’ y como ‘soga’. Además, la palabra que significaba ‘camello’, kamelos, es muy similar a la palabra que significaba ‘soga’, kamilos. La verdad es que parece que tiene más sentido la comparación de una soga con un hilo, que es lo que normalmente pasaría por el ojo de una aguja.
Imagen obtenida de https://es.wikipedia.org/wiki/San_Jerónimo_en_su_estudio_(Ghirlandaio)