El concepto tradicional y simplista de «sinónimo» resulta bastante confuso desde el punto de vista semántico. Y es que, ¿para qué querríamos en nuestro léxico dos palabras que significan exactamente lo mismo? Dicho de otro modo, ¿para qué existen los supuestos «sinónimos absolutos»? Los usuarios de la lengua tienden a economizar en la comunicación, así que, según esta línea de pensamiento, no parece muy rentable contar con pares como aceituna-oliva, ordenador-computadora, alegre-feliz-contento, miedo-terror-pánico, etc. a la hora de expresarse. Seguramente, lo más conveniente para discernir esta cuestión sea intentar formular una pregunta distinta: ¿Por qué existen los sinónimos?, ¿de dónde vienen?
Lo cierto es que los hablantes de una lengua han ido acogiendo y desechando palabras a lo largo de la historia y entre las diferentes comunidades lingüísticas. Ello se debe a que cada comunidad de hablantes pertenecientes a un mismo idioma puede recibir una influencia distinta. Por ejemplo, en parte de España es más habitual utilizar «aceituna» debido a la convivencia que hubo con la cultura árabe, mientras que en otra parte de España (norte y este) es más habitual hablar de «olivas». Asimismo, en Latinoamérica utilizan la palabra «computadora» por influencia del inglés computer y en España a la misma máquina se le llama «ordenador» por influencia del francés ordinateur. Así que puede verse que, aunque estas palabras designan una misma realidad, la lengua la forman todas las palabras que se acuñan en las distintas culturas que hablan el mismo idioma. Sin embargo, esto no es aplicable a la mayoría de palabras consideradas sinónimas; «miedo», «temor» y «pánico» han llegado al español a través del latín, así que no podemos justificar su presencia aludiendo a dialectos. La respuesta a esta cuestión servirá para arrojar luz al asunto que nos ocupa en este artículo.
Para empezar, es preciso señalar que las palabras significan por oposición, es decir, que una palabra existe para designar una realidad específica que no sería capaz de representar otra en su totalidad. Si bien las tres palabras que mencionábamos anteriormente aluden en mayor o menor medida a la misma idea, un rápido vistazo al diccionario nos servirá para descubrir sus diferencias. En este caso, parece que «miedo» es el sustantivo más simple, el cual nos habla de un sentimiento de angustia real o imaginario; «terror» se refiere a un miedo intenso y «pánico» a un sentimiento de miedo o terror muy intenso que puede ser colectivo. Como se observa, estas tres palabras no son sinónimos absolutos porque cada una desprende un matiz diferente. En este mismo apartado se incluyen los supuestos sinónimos que implican un cambio en el registro. «Enfadarse», «cabrearse» y «chinarse» son verbos que hacen referencia a la misma acción, pero no sería lo común que alguien dijera «El discurso del candidato durante el mitin fue tan vehemente que daba la impresión de que estaba chinado con los asistentes».
Por otro lado, las palabras también reflejan un componente estético a través de los fonemas que las componen. Evidentemente, cada palabra está compuesta por una secuencia de fonemas distinta, así que no pueden existir palabras que suenen igual y signifiquen lo mismo (no confundir con los homónimos). Por ello, a menudo tendemos a escoger una palabra en función del sentimiento que nos despierte su sonido. Por ejemplo, utilizar una palabra esdrújula como «pánico» llama más la atención del oyente que «miedo» o «terror», por lo que causará un mayor impacto en oraciones como «Durante el tiroteo, se vivieron momentos de auténtico pánico», que perderían su fuerza si se usase «miedo» en su lugar.
Asimismo, el uso de una u otra palabra está muy marcado por la forma individual de expresarse de cada hablante. A lo largo de nuestra vida, vamos asociando palabras a sentimientos, a vivencias, a recuerdos… y hacemos uso de una u otra en función de las connotaciones que tengan para nosotros. Por ejemplo, hay personas que emplean «bobo» como sinónimo de «inocente» y hay personas que emplean esa misma palabra como sinónimo de «estúpido», por lo que oraciones como «¡Mira que eres bobo!» pueden tener un impacto diferente y ofender a nuestro interlocutor, incluso si únicamente tratábamos de hacer un comentario jocoso.
Pero, sin duda, el motivo más contundente para afirmar que no todas las palabras se pueden usar de forma intercambiable en todos los contextos es el relativo a las colocaciones. Es sobradamente conocido que en una misma lengua existen expresiones fijas que representan una idea en concreto: aceite de oliva, estar más feliz que una lombriz, morirse de miedo, perder la razón, cortar por lo sano, etc. Pues bien, sería imposible utilizar un sinónimo en estas expresiones y pretender que signifiquen lo mismo: aceite de aceituna, estar más contento que una lombriz, morirse de pánico, perder el raciocinio, cortar por lo saludable… Esto pone de manifiesto que el uso de una palabra es fijo en varias situaciones y no se puede alternar libremente con sinónimos.
En definitiva, por lo general, el concepto de sinonimia no se puede tomar de manera absoluta. Cada lengua dispone de un conjunto de palabras que hacen alusión a realidades semejantes, pero nunca iguales, que despiertan sentimientos distintos y que se utilizan para componer expresiones únicas.
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