ETIMOLOGÍA NAVIDEÑA

El 2022 llega a su fin y, como de costumbre, lo hace en medio del júbilo por las fiestas navideñas que, con independencia de que se sea creyente o no en su origen y carácter religioso, marca el periodo final del año y lo reviste de un sentimiento de ilusión que se abre camino por un contexto de publicidad e incitación al consumo. Como todo momento de cierre, la Navidad es una época de excitación en la que afloran los buenos sentimientos durmientes y el deseo de rodearse con los seres queridos para compartir momentos de complicidad. Por su parte, los niños y las niñas inocentes fantasean con personajes mágicos y folclóricos que recorren el mundo repartiendo presentes como recompensa a su buen comportamiento. Los más mayores aprovechan estos días para festejar y divertirse con la satisfacción de haber dado una nueva vuelta al sol. En definitiva, con el cierre del año antiguo llega la inauguración de un año nuevo, cargado de posibilidades para empezar desde cero, hacer planes motivadores y cumplir los sueños que no fue posible cumplir en el pasado.

Con ese espíritu de fantasía y ganas de adentrarnos en el espíritu de la cultura heredada a través de la tradición, en el artículo de hoy vamos a viajar al pasado y descubriremos el origen etimológico de algunas de las palabras más características asociadas a la Navidad. Con ello, esperamos poner de manifiesto toda la cultura subyacente detrás de nuestra forma de expresarnos actualmente y entender, a grandes rasgos, de dónde venimos y hacia donde queremos evolucionar.

Como no podría ser de otra manera, debemos iniciar esta exposición haciendo alusión a la palabra Navidad, escrita en mayúscula para denotar la importancia del nombre de una fiesta solemne, pero que en esencia procede de un sustantivo común en latín: nativitas, es decir, nacimiento (de hecho, en el español culto se sigue empleando el término natividad). Esta palabra se formó a partir del verbo deponente nascor (deponente porque, aunque se le presume un sentido activo [yo nací], se conjuga como un verbo pasivo [I was born, Je suis né(e)]) y se le adjuntaron las desinencias –ivus (relativo a) y –tas (para sustantivos abstractos). Contrariamente a la creencia popular, la figura de Jesús no nació el 25 de diciembre (o, al menos, no se puede afirmar con certeza), sino que fue escogida durante el Imperio Romano porque en este día se celebraba el nacimiento del Sol Invicto, variante religiosa del culto a Mitra, un mesías salvador de origen oriental perteneciente a una religión muy popularizada entre los romanos antes de la difusión del cristianismo.

Al nacimiento de Jesús, fuera cuando fuese, acudieron, según cuentan, tres reyes provenientes del lejano oriente siguiendo una estrella. Lo curioso de esa última palabra, estrella, es que en latín existían hasta tres términos que podían traducirse como tal. Por un lado, tenemos stella, que añadió una erre en su evolución fonética. Después tenemos astrum (astro), que designaba cualquier cuerpo celeste, como una estrella, un planeta, etc. Y, finalmente, tenemos sidus, que normalmente se empleaba en su forma plural sidera, puesto que este hace alusión a un grupo de estrellas, a una constelación. Esta raíz no solo ha dejado en español el adjetivo relativo a las estrellas, sideral, sino que se ha ocultado en palabras de uso más común, como considerar, que en origen significa aludía a la práctica de observar las estrellas para hacer un vaticinio y que hoy en día nos invita a considerar un grupo de cosas en su conjunto para tomar una determinación.

Otro elemento muy típico de este folclore navideño es la figura del ángel, un espíritu celeste creado por Dios para su ministerio. Aunque el término se remonta a la cultura antigua iraní, llego al latín a través de su acepción en griego άγγελος, que significa mensajero. En efecto, como podemos ver a lo largo de diversos fragmentos bíblicos, algunos de los cuales se ha representado en el arte, los ángeles son seres que comunican una noticia o bien que guían hacia un fin. Asimismo, existen los denominados arcángeles, palabra que porta el prefijo αρχι- [archi-] y que significa «el primero en orden», con lo cual se trata de un ángel de orden superior, como el arcángel Gabriel, que fue precisamente el que anunció a María que se convertiría en la madre de Jesús, el cual, por cierto, nació en un pesebre, del latín praesepes, formado a partir del sustantivo saepes (cercado) y precedido por el prefijo prae- (por delante).

En un plano menos litúrgico, la navidad nos ha legado palabras propias de los campos con los que interactúa, como es el caso de la música, y es que no hay nada más navideño que un villancico. Si bien podemos encontrar términos parecidos en otros idiomas, lo cierto es que el término se gestó en la península ibérica, por lo que existe en portugués (vilancete), catalán (vilancet) y gallego (vilancico). En origen, fueron una forma musical y poética popular entre los siglos XV y XVIII de carácter profano, con estribillo y a varias voces. Posteriormente empezaron a cantarse en las iglesias y a asociarse con la Navidad. Su etimología procede evidentemente de la palabra villano, que, lejos de tener connotaciones negativas, era simplemente aquel que habitaba en una villa, es decir, un campesino. Uno de los villancicos más famosos en latín es el Adeste Fideles, seguido de Gaudete, Gaudete, Christus est natus.

En la actualidad, es habitual decorar árboles de Navidad, normalmente abetos. Una de las decoraciones más características para estos son las guirnaldas, que originalmente eran coronas de flores y hierbas tejidas abiertas por un extremo. De hecho, la heredamos a través del francés antiguo garlande y este del germánico wiara que significa precisamente corona. En la actualidad, esas coronas se han estirado por completo hasta confundirse con lo que tradicionalmente se ha denominado espumillón, pero, si a algo nos enseña la etimología, incluso en Navidad, es a hablar con propiedad.

 

Ref. de la imagen: https://www.joniandfriends.org/the-three-wise-men-under-a-van-gogh-like-sky/

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