El estudio de idiomas es una actividad enriquecedora que permite a los estudiantes descubrir nuevas formas de concebir la realidad, de hablar sobre ella y de relacionarse con el entorno en el contexto de una cultura específica. Por ello, cuando decidimos adentrarnos en el aprendizaje de un idioma, ya sea por placer o por necesidad, nos encaminamos automáticamente hacia el objetivo de dominarlo y aprender a comunicarnos a la perfección en el menor tiempo posible. Y en parte es algo lícito: el objetivo de estudiar un idioma es aprender a hablarlo correctamente y ponerlo en uso, pero en ocasiones las expectativas sobre esta consecución distan de la realidad y terminan generando frustración, ya que es posible que los estudiantes no observen los resultados que tenían en mente para un plazo de tiempo concreto. Normalmente, esto se debe a un problema subyacente que existe en la mayoría de procesos de aprendizaje, que consiste en fijarse un alto objetivo final a largo plazo, cuando lo ideal sería trabajar con objetivos alcanzables a corto plazo para generar confianza y otorgar satisfacción al estudiante. Y es que, si a los dos meses de empezar a estudiar un idioma escuchamos un podcast en este y solo entendemos un 10 %, pensaremos que nuestro esfuerzo no está dando frutos, y pasaremos por alto todos los pequeños avances que hayamos ido haciendo en el ámbito de la sintaxis, del vocabulario, de la escritura, etc. Alcanzar la fluidez en un idioma es un proceso prolongado en el que vamos avanzando gradualmente, y el tiempo que tarda cada persona es distinto. Pero, ¿a qué se debe?
A la hora de adquirir fluidez en un idioma, podemos decir que existe una serie de factores que van a determinar, en términos generales, el tiempo necesario o la dificultad del aprendizaje. Por ejemplo, uno de estos factores es la distancia en el par de idiomas. Este está relacionado con el hecho de que a los hablantes de una lengua les es más fácil aprender otra lengua que pertenezca a la misma familia lingüística, ya que es más probable que coincidan las características sintácticas y los aspectos fonéticos y que exista un vocabulario común o parecido. Por supuesto, durante el estudio habrá que seguir dedicando un tiempo a todas estas áreas de manera metódica, pero es posible que notemos un avance más pronunciado en este caso. De este modo, para un hispanohablante es más sencillo aprender portugués que bielorruso, y al bielorruso le resultará más sencillo aprender ucraniano de lo que le resultaría aprender japonés.
Por otro lado, conviene destacar la importancia del factor personal y de nuestros antecedentes. En otras palabras, cada persona tiene una predisposición distinta, y esta puede deberse a una facilidad natural para el estudio de idiomas o bien a experiencias previas aprendiendo otro idioma, de modo que le sea más fácil interiorizar un segundo y adquirir mayor fluidez. Y, como no podría ser de otra manera, aquí también entra la cantidad de tiempo que podamos dedicarle al estudio en nuestro día a día. Lo importante es integrar el estudio y el uso del idioma en nuestras actividades cotidianas, de modo que el idioma se vaya haciendo un hueco natural en nuestra vida. Si lo conseguimos, estaremos fomentando un crecimiento mucho más ágil hacia la fluidez y el dominio lingüístico. Ahora bien, ¿qué estrategias están a nuestro alcance?
Aquí conviene destacar que el dominio lingüístico es una cualidad que se divide en varias competencias, las cuales, en suma, determinan el grado de conocimientos lingüísticos de una persona. En concreto, hablamos de las competencias de comprensión lectora, comprensión oral, expresión escrita y expresión oral, para las cuales disponemos de recursos diferentes.
En el caso de la expresión oral, lo importante es ganar confianza a la hora de comunicarse, así como trabajar en la pronunciación y en el discurso oral. Para ello, lo más eficaz es encontrar personas con las que practicar, como por ejemplo en eventos de intercambios lingüísticos, o con conocidos. De hecho, se puede practicar hasta hablando solo: lo importante es soltarse y perder el miedo a cometer errores, que es como se aprende en todas las etapas del proceso de aprendizaje.
En el caso de la comprensión oral, podemos aplicar lo anterior, pero también resulta útil encontrar material audiovisual de nuestro agrado que nos motive a visualizarlo de forma metódica y nos permita observar cómo se configuran los actos de habla en el idioma original. En esta categoría, las opciones son muy variadas, ya que la tecnología nos permite acceder a muchas clases de contenido audiovisual, como películas y series, radio y podcasts, audiolibros, etc. En este sentido también conviene destacar el aprendizaje pasivo, al que podemos recurrir mientras dormimos o incluso al tiempo que desarrollamos tareas paralelas, como en el trabajo.
En el caso de la expresión escrita, hay que decir que se trata de una competencia más académica, por lo que es ventajoso escribir varios tipos de texto y hacer que una persona con los conocimientos necesarios los corrija. A veces, también es tan sencillo como comunicarse con un hablante nativo por escrito a través de un teléfono, por ejemplo, en aplicaciones de mensajería instantánea o en redes sociales para hacer amistades con hablantes de otros idiomas.
En el caso de la comprensión lectora, hay que desarrollar al máximo la capacidad para abstraer información y para sacar deducciones, ya que cuando nos enfrentemos a un texto es posible que no lo entendamos en su totalidad, pero que sepamos hacernos una idea general aproximada. Para ello, no hay nada como leer y hacer comparaciones entre textos paralelos, es decir, entre originales y sus traducciones.
Con todo ello en práctica, poco a poco iremos viendo que vamos ampliando nuestros conocimientos y que nos expresamos con mucha mayor fluidez, gracias a la ayuda de la comunicación con hablantes nativos y al refuerzo que proporciona consultar materiales en la lengua original. Estas estrategias tendrán un impacto positivo en nuestro aprendizaje y nos convertiremos en hablantes con mayor confianza.
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