Las lenguas son como lentes que nos permiten ver el mundo de un color distinto. En otras palabras, cualquier idioma es, en cierta medida, el reflejo de cómo interpreta la realidad una comunidad de hablantes. La elección de palabras, las estructuras sintácticas, el acento y hasta las carencias léxicas nos cuentan sutilmente acerca de la historia de una cultura, cuya evolución podemos observar a través de su desarrollo en el tiempo. Un ejemplo evidente es el de las palabrotas.
Las culturas que tuvieron un contacto estrecho e impositivo con la religión cristiana y otras semejantes acuñaron en su vocabulario todo tipo de maldiciones referentes a entidades sagradas o elementos de la liturgia. A grandes rasgos, se trataba de hacer alusión a lo prohibido para dar rienda suelta a los sentimientos que suelen acompañar al uso de estas expresiones. Y es que lo cierto es que los propios textos sagrados sancionan cierto tipo de lenguaje. Allá donde se dijo «Non assumes nomen Domini Dei tui in vanum», el hablante vio una oportunidad de transgresión. Por el contrario, en los países más alejados de esta influencia, priman las referencias sexuales y escatológicas, que no proliferaron entre los primeros hasta la época del Renacimiento, en la que se apartó la mirada de Dios y se dirigió al humano. Hoy en día, la función expresiva de las palabrotas es tan importante en la comunicación interpersonal, que contamos con un amplio abanico de opciones léxicas a nuestra disposición, pudiendo mezclar procedencias diferentes.
Desde hace unos años, y alejándonos del morbo que suscita este tipo de palabras, en muchas sociedades del mundo ha cobrado un gran interés el denominado lenguaje inclusivo. Muchos hablantes, con mayor o menor experiencia en el ámbito de la filología y la comunicación, se dieron cuenta de que muchos de nuestros giros lingüísticos o elecciones de palabras tenían un matiz negativo o despreciativo hacia colectivos determinados, o bien los obviaban en apariencia. Un ejemplo conocido en español es el de las personas con discapacidad, que no hace mucho recibían eufemismos que podrían calificarse de mejorables. En su momento, se escogió el término «minusválido», porque la frialdad que emanan las palabras largas con afijación grecolatina parece querer decir lo mismo, pero con mayor sensibilidad, cuando lo cierto es que, etimológicamente, da a entender que son personas «menos válidas» que otras. Por ello, las fórmulas recientes abogan por hablar, en términos generales, de personas «con discapacidad» o «con diversidad funcional», si bien no faltan detractores. Cuando se trata de mencionar una discapacidad en concreto, la tendencia habitual es llamar las cosas por su nombre y, sobre todo, con propiedad (p. ej., una persona puede ser sorda, muda o sordomuda, pero no podemos emplear el término «sordomudo» solo por ver que esa persona no habla; es posible que sus cuerdas vocales estén sanas pero que haya nacido sorda y no haya aprendido a articular).
Este tipo de apreciaciones realmente interesantes de observar a lo largo del tiempo en las diferentes comunidades se aplica a una gran variedad de campos. Por ejemplo, al de la edad, al de la clase socioeconómica e, indudablemente, al de la diversidad racial. Os recomendamos la lectura de este artículo, en el que podréis encontrar ejemplos en inglés sobre estos aspectos y reflexionar acerca de lo que sucede en otras lenguas.
Sin embargo, es innegable que, en la actualidad, una de las áreas que más atención está recibiendo es la de los estudios de género. Y es que una gran parte de las distintas comunidades de hablantes ha expuesto que en muchas lenguas se utilizan formas léxicas que dan menos presencia a las mujeres o que las vuelve menos visibles, ya que, en la mayoría de idiomas con variación de género, se utiliza el género masculino genérico. Si bien muchas personas alegan que esta distinción entre el género masculino, femenino y neutro obedece a una terminología gramatical que no tenía por objeto atribuir cualidades estrictamente «masculinas» o «femeninas» (un constructo social sobre el que cabría reflexionar en otro momento) a las palabras, lo cierto es que muchas personas sienten que la tendencia a utilizar palabras o expresiones con el masculino genérico pueden afectar negativamente a la visibilidad y a la inclusión de la mujeres, por lo que las distintas comunidades han puesto sobre la mesa una serie de propuestas con el fin de emplear un lenguaje más inclusivo.
En español, la medida que más éxito ha tenido hasta el momento es la de utilizar sustantivos colectivos que engloben a ambos sexos o, mejor dicho, que no hagan distinciones entre los mismos. Los alumnos y las alumnas pasan a ser «el alumnado», los hombres y las mujeres se mencionan conjuntamente como «personas» o «seres humanos», los enfermeros y las enfermeras forman ahora el «personal de enfermería» y los chicos y las chicas pueden englobarse como «la juventud» en algunos contextos. Asimismo, muchas palabras sin variación de género se utilizan con modificadores en los que el género se alterna mediante una barra, como «los/as estudiantes». Esta técnica está bastante difundida para marcar el género (p. ej., «los/as profesionales sanitarios/as»), pero, en la práctica, pueden comprometer la longitud de un texto si en este abunda dicho recurso. En mayor o menor medida, estas opciones conviven de forma apacible en el lenguaje oral y escrito. No obstante, existen en el español muchas otras propuestas que, si bien sirven para los textos escritos, no encuentran su lugar en la lengua oral. Este es el caso de emplear «@» o «x» para ocultar la información de género, p. ej., «alumn@s», «chicxs», «emplead@s» o «amigxs». Su uso en el lenguaje oral, aparte de limitarse al registro coloquial, necesita de fórmulas más extensas. Finalmente se encuentra la opción de utilizar el morfema «-e» en sustitución de las tradicionales oes y aes, pero los hablantes y las autoridades lingüísticas lo siguen percibiendo como un giro extraño.
En inglés, por su parte, lengua que formalmente no hace distinción de género gramatical, se ha impuesto la tendencia de sustituir los pronombres he y she (y sus derivados) por las formas del plural they, que pasarían a recibir un significado singular y sin especificación de género. Aunque a muchos pueda confundirles el uso de esta palabra en ambos números gramaticales, lo cierto es que su uso como tal está documentado en épocas como la de Shakespeare y Jane Austen, por lo que no sería una fórmula extraña para el idioma.
En esta misma línea, idiomas como el sueco han llevado a cabo propuestas similares. En 2015, su diccionario oficial añadió hen como pronombre personal neutro, una invención que pretendía actuar como puente entre el masculino han y el femenino hon. La aportación no solo ha recibido un gran apoyo por parte del colectivo feminista y LGBT, sino que el personal responsable de las escuelas infantiles y primarias se ha sumado a la causa, tras comprobar que se trata de un modo de educar de una forma menos sesgada en cuestiones de género.
En Alemania, desde enero de 2019, la ciudad de Hanover se convirtió en la primera ciudad alemana en decretar que los comunicados oficiales (correos electrónicos, panfletos, formularios) debían emplear formas neutras. Por ejemplo, en lugar de usar wähler para los votantes y wählerinpara las votantes, se decidió utilizar la palabra wählende, algo así como «persona que vota».
En Francia, un movimiento feminista propuso utilizar asteriscos para descomponer las palabras y separar los morfemas flexivos de género respecto del étimo principal, como por ejemplo ami·e·s, para decir «amigxs».
Sin duda, el lenguaje inclusivo se está abriendo camino en las distintas comunidades de hablantes. Si bien muchas de las formas con las que convivimos actualmente pueden no ser definitivas, lo cierto es que parece que las lenguas están evolucionando hacia una versión que aporte mayor visibilidad a los colectivos que, tradicionalmente, se han visto menos representados. De hecho, muchos proveedores de servicios lingüísticos ya ponen a disposición de los clientes traducciones en las que se utilice este lenguaje. Quién sabe; quizá estemos ante un nuevo nicho de mercado.
Para escribir esta entrada, nos hemos basado en los siguientes artículos:
- https://www.washingtonpost.com/world/2019/12/15/guide-how-gender-neutral-language-is-developing-around-world/
- https://veracontent.com/mix/inclusive-language-examples/
Ref. de la imagen: https://www.theaccountant-online.com/feature/diversity-and-inclusion-an-issue-of-individuality-identity-and-belonging/