EL SOLRESOL: UN ANTIGUO LENGUAJE BASADO EN LA MÚSICA

Sin duda, los profesionales lingüísticos tenemos una pasión especial por los idiomas, la cual compartimos con otras muchas personas que, si bien no se dedican a ninguna actividad comercial relacionada directamente con ellos, disfrutan conociendo la existencia de otras lenguas, su configuración y, por qué no, aprendiéndolas. El estudio de las lenguas es una actividad con un enorme componente cultural y que ayuda a estrechar lazos entre las diferentes comunidades. Aunque en la actualidad están ganando popularidad las herramientas que permiten salvar estas distancias de forma tecnológica, el aprendizaje individual o guiado de idiomas ha demostrado ser extremadamente beneficioso para ejercitar la mente, entrenar la memoria, potenciar la motivación y trabajar la autoestima, por lo que no es de extrañar que la enseñanza de idiomas se siga manteniendo a día de hoy como una gran actividad comercial que suscita el interés de muchas personas y por la que apuestan numerosas agencias que buscan mejorar el perfil de su plantilla, por ejemplo, consolidando el conocimiento de lenguas de uso común en los negocios, como el inglés, el alemán o el chino.

En este sentido, uno de los tipos que más atracción genera en las personas por su nivel de extrañeza son los lenguajes artificiales y los idiomas ficticios, sobre los que hablamos en mayor profundidad en nuestro artículo Los lenguajes ficticios. Lo cierto es que, si bien estamos acostumbrados a los ejemplos típicos, que incluyen un gran número de intentos reales por crear idiomas unificados combinando elementos de distintos sistemas lingüísticos u otro número quizás mayor de idiomas creados específicamente para dotar de voz a comunidades de hablantes ficticias en el cine y la literatura, siempre que hablamos de este tipo de invenciones pensamos directamente en sistemas lingüísticos muy parecidos a aquellos que utilizamos diariamente en la vida real. Pero, curiosamente, existe un ejemplo de lenguaje artificial verdaderamente sorprendente porque, aunque también cuenta con una representación escrita, lo cierto es que ni funciona con correspondencias fonéticas indivisibles ni contiene familias léxicas ni morfemas derivativos, sino que cuenta con un número de tan solo siete sílabas archiconocidas y, si quisiéramos y poseyéramos la habilidad necesaria, podríamos hablarlo cantando o con la única ayuda de instrumentos musicales. Interesante, ¿verdad? El lenguaje artificial que sacamos a la luz desde la historia más recóndita es el «solresol».

Este lenguaje fue creado por Jean-François Sudre, un violinista y profesor de música francés del siglo XIX que se adelantó 60 años a la creación del conocido esperanto. En esencia, diseño una lengua universal íntimamente relacionada con la música que únicamente empleaba como símbolos gráficos la escritura de las siete notas musicales: do, re, mi, fa, sol, la y si. Para formar palabras, lo único que había que hacer era combinar estas notas musicales a modo de sílabas en diferentes órdenes y siguiendo una serie de alteraciones para imprimir significados adicionales. Por ejemplo, el femenino se forma alargando la última vocal, de modo que para formar el femenino de niño, sila, solo había que escribir silaa. Al reproducir esto musicalmente, se alargaba brevemente dicha última nota. Paralelamente, para formar el plural de las palabras, se alargaba verbal y musicalmente la sílaba entera de la palabra en cuestión. Por supuesto, al solo contar con siete sílabas prácticas, el vocabulario resultante no podía abundar en sinónimos, por lo que finalmente solo se consolido en un diccionario reducido de correspondencias interlingüísticas que, en la opinión de los filólogos de la época, hacía imposible divulgar el solresol como una lengua de estudio. Aunque esta opinión no frenó los deseos de Jean-François, que durante los años 1824 y 1825 se dedicó a recorrer Francia acompañado de dos alumnos, Ernest Deldevez y Charles Lasonneur. Y es que, mientras él tocaba el violín, sus dos jóvenes acompañantes traducían el contenido de la música al francés. Curiosamente, esto despertó el interés de la milicia, que vio en este lenguaje un posible código de guerra, por lo que se ofreció a patrocinar el proyecto. Para ello, les pidió una única condición: reducir el número de notas musicales compositivas de siete a cuatro, que son las que se pueden tocar con el clarín militar.

El proyecto continuo durante un tiempo, pero poco a poco la milicia fue perdiendo el interés y dejó de prestar ayuda económica. Para entonces, Jean-François ya había perfeccionado este modelo al que rebautizó con el nombre de téléphonie, donde volvió a utilizar las siete notas musicales. Con todo, logró publicar un libro de gramática en donde llegó a recoger más de 2660 palabras con algunas nociones básicas de acentuación. Por ejemplo, una misma palabra puede funcionar como sustantivo, como verbo, como adjetivo y como adverbio. Para distinguir entre la categoría gramatical, solamente hacía falta fijarse en el acento: los sustantivos se forman acentuando la primera sílaba (mílasi, amor), los adjetivos se forman acentuando la penúltima sílaba (dosído, útil), mientras que los adverbios se forman acentuando la última sílaba (solsiré, felizmente).

Si bien se trata de una propuesta interesante, lo cierto es que su aplicación presenta un gran número de carencias para funcionar al modo de una lengua natural, con su riqueza léxica y su adaptabilidad, por no mencionar la dificultad para descodificar significados como resultado de disponer únicamente de siete elementos fonéticos interrelacionados. Lo que sí es cierto es que el solresol se suma al grupo de lenguajes artificiales asombrosos nacidos del intelecto de grandes mentes intelectuales que buscaron revolucionar las formas de comunicación.

 

Ref. de la imagen: https://sp.depositphotos.com/vector-images/pentagrama-musical-decorativo.html

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