EL NOMBRE ENTRE FRONTERAS

No son pocas las curiosidades que existen en el ámbito de la traductología; y es que muchas de ellas están motivadas por la propia historia de la profesión. Desde sus orígenes, se ha cuestionado en todo momento cuál era su finalidad, qué estrategias eran las más convenientes y dónde se encontraban los límites a la hora de importar una carga semántica y cultural en la civilización que las recibe. En este sentido, se sabe que en un principio era mucho más popular la corriente de la traducción «palabra por palabra», en la que imperaba la literalidad y que tantas anécdotas nos ha legado, por ejemplo, en relación con los textos religiosos en los que la metáfora se tornaba realidad. Conforme fueron avanzando los siglos y los estudios de lingüística, se fue abriendo camino la corriente de la traducción «sentido por sentido», que buscaba interpretar los textos de partida e intentar reproducir en los textos de destino un efecto análogo al que se experimentase originalmente. Pero, evidentemente, esta transición hasta los ideales de traducción actuales no se produjo de la noche a la mañana, sino que ha ido evolucionando poco a poco, por lo que ha ido dejando una impronta en todos los ámbitos de las civilizaciones que han importado cultura extranjera a través de la lengua propia.

 

Un caso muy llamativo es el de los nombres propios, como el de los antropónimos (nombres de persona) o los topónimos (nombres de lugares). ¿Por qué tenemos traducciones para London, Newfoundland o Den Haag (Londres, Terranova y La Haya respectivamente), adaptaciones como Múrmansk o Míchigan, pero ningún recurso para Howth, Brooklyn o Wuhan? ¿Y por qué llamamos Guillermo de Orange al príncipe Willem van Oranje, reina Isabel II a la monarca británica Elizabeth II o Julio Verne al escritor francés Jules Verne, pero mantenemos John Biden, Stephen King o Miley Cyrus? En el artículo de hoy, nos centraremos en las estrategias de traducción que se han venido aplicando a los antropónimos en la cultura hispanohablante.

 

En otras épocas, la práctica habitual ha consistido en hispanizar el nombre de personajes históricos. En este artículo, nos dan algunos ejemplos: Juana de Arco (de Jeanne d’Arc), Tomás Moro (de Thomas More), Martín Lutero (de Martin Luther), Ana Bolena (de Anne Boleyn), Alberto Durero (de Albrecht Dürer). Muchas de estas hispanizaciones tradicionales, entre las que se cuentan adaptaciones de nombres propios que proceden de lenguas escritas en alfabeto no latino (Avicena, por Ibn Sinna; Averroes, por Ibn Rusd; Jehová, por Yahweh; Mahoma, por Muhammad; Confucio, por Kung Fu-Tzu), han pervivido hasta nuestros días. En palabras de esta misma fuente, parece que llegado el Renacimiento tuvo lugar una forma híbrida a medio camino entre ambas posturas, ya que se traducía el nombre, pero se mantenía el apellido; he aquí algunos ejemplos: Josefina (por Joséphine) de Beauharnais, Carlota (por Charlotte) Corday o Teodoro (por Theodore) Roosevelt. En cuanto al motivo subyacente, parece que la teoría general apunta al hecho de que en esta época no se tenía un conocimiento básico de lenguas extranjeras (como el inglés o el francés) ni se vivía en un mundo globalizado como el de hoy en contacto constante con voces extranjeras, así que las estrategias iban encaminadas a facilitar la comprensión y la pronunciación por parte de la audiencia de destino; por eso mismo se leía a Carlos Dickens, a Alejandro Puskin o a Manuel Kant. Aunque a día de hoy estas personalidades han pasado a conocerse en la cultura hispanohablante por su nombre original, muchos se encuentran ya cristalizados en nuestra cultura, como Alejandro Dumas o Julio César.

 

Por supuesto, el mundo ha ido evolucionando y actualmente se encuentra inmerso en plena globalización, en la que podemos acceder a información en todo momento y tenemos un mayor conocimiento de lenguas extranjeras. Este hecho, sumado a la necesidad de reclamar una única identidad para las distintas personalidades (a fin de cuentas, Alberto Durero y Albrecht Dürer son la misma persona), ha consolidado la tendencia a mantener el nombre original, existiendo únicamente algunas concesiones para aquellos antropónimos procedentes de lenguas con otros alfabetos, cuyos nombres pueden adaptarse fonéticamente para mejorar la pronunciación (p. ej. Sergey se transcribe como Serguéi para evitar decir /serxéj/).

 

Por otra parte, paralelamente a esta norma generalizada, sí que han perdurado casos en los que lo habitual es llevar a cabo una adaptación. Estos aparecen resumidos en el siguiente artículo:

 

  • El nombre de los papas: Juan Pablo II, Juan XXIII, Benedicto XVI (nótese que aquí la adaptación total habría sido Benito, pero se mantuvo la forma latina por resultar más solemne) o León XIII, entre otros. Esta misma tradición se mantiene en lenguas como el inglés o el francés.
  • Los nombres de los miembros de la realeza: Balduino, Isabel II, Estefanía de Mónaco, etc. Parece ser que en otras lenguas se está abandonando ya esta tendencia que a tanta confusión puede llegar a inducir. El mismo Virgilio Moya cuenta una anécdota sobre una publicación en la que parece que el antiguo monarca Felipe II «el Prudente» (1527–1598) estuvo presente en cierta parte de la historia de Macedonia, en alusión al conocido actualmente como Filipo II de Macedonia (382 a. C. – 336 a. C.).
  • Traducciones ocasionales de dirigentes políticos israelíes y también adaptaciones en el mundo del deporte.
  • Los nombres que lleven consigo una carga semántica relevante para la interpretación del texto. Este es probablemente el caso más justificado de todos. ¿Qué pasaría, por ejemplo, en un cuento donde apareciese un personaje llamado Timmy Carrot, por su color de pelo pelirrojo y sobre el que hacen chistes constantemente? Este también es el caso de apodos y sobrenombres, como el de Catalina la Grande.

 

No hay forma de predecir cómo se consolidarán las tendencias actuales o si seguiremos evolucionando hacia el concepto de mantener los antropónimos en su versión original sin ningún tipo de excepción. Como profesionales de las lenguas y de la traducción, será nuestro trabajo el que vaya fraguando la historia de la traductología que estudiarán las generaciones venideras.

 

REFERENCIA DE LA FOTO: https://www.artfund.org/supporting-museums/art-weve-helped-buy/artwork/2309/baptism-in-scotland

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