EL CAJÓN DE SASTRE DE LA LINGÜÍSTICA

El estudio de la comunicación humana siempre ha tenido por objeto entender la naturaleza del lenguaje y la relación entre los distintos elementos que conforman todas y cada una de las lenguas existentes. No es de extrañar que sus orígenes se remonten hasta la época de las civilizaciones antiguas, aunque su condición de ciencia no echaría raíces hasta llegado el siglo XIX. Dada su extensa historia, a día de hoy cuenta con diversas ramas que se centran en distintos aspectos de la estructura de las lenguas. Por ejemplo, entre las ramas más clásicas se encuentra la fonética, que analiza los sonidos; la morfología, que analiza la unidad mínima de significado (el morfema); o la sintaxis, que analiza la combinatoria sintagmática. Sin embargo, poco a poco se fueron abriendo camino otras nuevas disciplinas, las cuales pretendían dar respuesta a los interrogantes que planteaba la perspectiva lingüística de la época.

Un caso muy interesante es el de ciertas palabras o conjuntos de palabras cuya función no se tenía del todo clara hace unas décadas. Y es que no hay que olvidar que, para los lingüistas de aquel momento, el objetivo único de la comunicación consistía en transmitir información; por lo que cada vez que se emprendía el análisis de un texto, se observaba una tendencia a desestimar aquellos elementos que parecían no albergar significado.

Considérense las siguientes oraciones:

  • Mira, es que no puedo fingir que esto no me afecta, ¿sabes?
  • Anda, anda, ¿por qué no te íbamos a querer invitar?, ¿eh?
  • Bueno, venga, no te enfades, hombre.
  • Por cierto, calla, que no te vas a creer lo que me ha contestado, .
  • De todos modos, no me parece que sea para ponerse así.

Antiguamente, un análisis lingüístico solo habría contemplado la parte de las oraciones que «transmiten información» (aquello que no está subrayado en los ejemplos anteriores). Por tanto, el resto de palabras se dejaba fuera del mismo y se olvidaba en una suerte de cajón de sastre lingüístico. No obstante, basta omitir los elementos subrayados para percatarse de que estas pierden gran parte de su fuerza ilocutiva. Entonces, si pierden «información expresiva», ¿no estarán cumpliendo una función específica real dentro de la oración?

Así pues, como consecuencia de este descubrimiento relativo a la existencia de palabras que cumplen una función distinta a la de transmitir información en el sentido clásico, surgió la Pragmática, cuyos estudiosos terminaron acuñando una nueva clase de palabra: el marcador discursivo.

Según el Centro Virtual Cervantes, se trata de «unidades lingüísticas invariables cuya función es señalar […] la relación […] entre dos segmentos textuales […]; facilitan la cohesión textual y la interpretación de los enunciados».

En otras palabras, si un texto (tanto oral como escrito) solo estuviera compuesto por unidades de información, este resultaría poco natural, inconexo y monótono. Por ello, utilizamos elementos «supraoracionales» para cumplir otros propósitos, tal y como se explica en Portolés (1998)[1] y Martín Zorraquino y Portolés (1999)[2], donde se propone una clasificación de esta clase de palabras:

Estructuradores de la información. Como los que introducen un nuevo comentario ([pues, bien, etc.]); los que agrupan diversos miembros del discurso como partes de un único comentario ([en primer lugar, por último, etc.]); y los digresores, que introducen un comentario lateral en relación al tópico principal del discurso ([por cierto]).

 Conectores. Vinculan un miembro del discurso con otro anterior. Se distinguen tres tipos: los aditivos ([incluso, además, etc.]); los conectores consecutivos o ilativos ([pues, entonces, etc.]); y los contraargumentativos ([en cambio, ahora bien, etc.]).

 Reformuladores. Se distingue entre reformuladores explicativos ([es decir, o sea, etc.]), de rectificación ([mejor dicho, más bien, etc.]), de distanciamiento ([en cualquier caso, de todos modos, etc.]) y recapitulativos ([en suma, en conclusión, etc.]).

 Operadores argumentativos. Se diferencia entre operadores de refuerzo argumentativo ([en realidad, de hecho, etc.]) y operadores de concreción ([por ejemplo, en particular, etc.]).

 Marcadores conversacionales. Son los que aparecen con frecuencia en la conversación. En este grupo se distinguen los marcadores de modalidad epistémica ([claro, desde luego, por lo visto, etc.]), de modalidad deóntica ([bueno, bien, vale, etc.]), enfocadores de la alteridad ([hombre, oye, etc.]) y metadiscursivos conversacionales ([bueno, eh, este, etc.]).

La aparición de estos marcadores discursivos está sujeta al uso que cada persona hace de la lengua, así que en gran medida este configura su estilo a la hora de expresarse. En ocasiones, el hablante muestra una evidente tendencia a emplear determinados marcadores, sobre todo conversacionales. Estos pueden llegar a resultar tan repetitivos durante la comunicación propia que dejan de cumplir su función expresiva original e incluso su «significado» se vuelve indescifrable para el interlocutor oyente, así que pasan a convertirse en lo que denominamos «muletillas».

Antiguamente se conocían como «bordones», pero bien es cierto que en ambos casos la idea subyacente es la de utilizar un recurso de «apoyo», puesto que generalmente se emplean para obtener una pausa que nos proporcione un tiempo adicional a la hora de organizar nuestro discurso. La traducción de este concepto a otros idiomas, nos aporta más información sobre sus muchas facetas. Por ejemplo, algunos hacen alusión a la idea de «(re)llenar», ya que a veces las muletillas se dicen cuando no se sabe qué decir (in. filler words, fr. mots de remplissage, ru. заполнители пауз [literalmente, «rellenadores de pausas»]). Además, existen otros puntos de vista, como el del italiano, donde las llaman intercalari o el del ruso, donde se las suele conocer como слова-паразиты (literalmente «palabras parasito»), puesto que, una vez se abren paso en la mente del hablante, corrompen su discurso y resulta muy difícil deshacerse de ellas.

Los traductores deben tener presente que el empleo de determinados marcadores discursivos en una lengua no tiene por qué corresponderse necesariamente con su traducción más literal en la lengua de destino. Por este motivo, es recomendable tratar de reproducir el efecto pretendido originalmente en el marco del inventario léxico más natural y reconocible para la lengua a la que se está traduciendo. En otra ocasión, nos centraremos en ejemplos prácticos para conocer más acerca de este asunto y para descubrir qué muletillas son las más frecuentes en los diferentes idiomas.

[1] Portolés, J. (1998). Marcadores del discurso, Barcelona: Ariel.

[2] Martín Zorraquino y Portolés, J. (1999). «Los marcadores del discurso». En I. Bosque y V. Demonte (dirs.). Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid: Espasa Calpe, capítulo 63.

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