¿CAMBIAMOS NUESTRA PERSONALIDAD AL HABLAR UNA SEGUNDA LENGUA?

El aprendizaje de idiomas es una experiencia única y enriquecedora para cada persona. Aunque a simple vista puede parecer un recorrido con un destino muy concreto, a saber, el dominio absoluto de una lengua, lo cierto es que se trata más bien de una travesía sin fin en la que vamos atesorando conocimientos a distintos ritmos y de forma más o menos regular. Por un lado, habrá momentos en los que nos sintamos inspirados para interiorizar grandes volúmenes de vocabulario o para practicar la comprensión oral a través de diversos recursos audiovisuales. Por otro, necesitaremos hacer un parón para coger aire en esos momentos en los que sintamos abrumamiento y saturación a fin de retomar con más ánimo el estudio y la práctica. Y, al igual que cada persona adquiere una segunda lengua a ritmos distintos, también son distintos los caminos que siguen y el saber que van acumulando mientras los recorren. Si bien es cierto que según el nivel se dan por sabidas una serie de nociones básicas, los recursos a los que acceden las personas hacen que estas evolucionen en función de los mismos, por lo que poco a poco irán asimilando formas de expresión de aquellos referentes en los que se basen. Por ello, es posible que observemos que, cuando una persona utiliza una segunda lengua, especialmente en caso ajenos al bilingüismo, hay ocasiones en las que hay aspectos que tenemos atribuidos a la misma que cambian. Por supuesto, estos aspectos no guardan relación con los elementos lingüísticos y extralingüísticos, propios del cambio de idioma (acento, entonación, etc.), sino que parecen tener también un impacto reconocible en la personalidad.

Esto se debe, en parte, a que hablar una segunda lengua, sobre todo en el ámbito del estudio, se parece bastante a interpretar un papel. En muchos procesos de aprendizaje, los profesores recomiendan a sus alumnos fijarse en los hablantes nativos que aparecen en los recursos de estudio, como actores de películas y serie, ponentes en charlas o youtubers, y prestar atención a su forma de expresarse (elección de palabras para determinadas circunstancias, dejes, muletillas, comportamiento no verbal) para después reproducirlo en la realidad y, de este modo, lograr una mayor naturalidad imitando a esas personas. Lo curioso es que, durante estos procesos, que a menudo no se producen de forman inconsciente sino de forma inadvertida para el estudiante, tendemos a tomar como referentes a nuestros personajes favoritos o a personas con las que empatizamos de manera especial. Por ello, no es de extrañar que poco a poco vayamos haciendo nuestras algunas de sus formas de expresión e incluso de su comportamiento, llegando a imaginar meternos en la piel de esa persona a la hora de empezar a hablar en esa segunda lengua, de modo que sintamos mayor confianza. En la práctica, esto quiere decir que puede haber ocasiones en las que nos enfrentemos a una misma situación de forma distinta según el idioma que empleemos. Por ejemplo, algunas personas se muestran tímidas a la hora de hacer una reclamación en persona en su lengua nativa (quizá porque la conexión emocional con la lengua vernácula es mayor y hace que se acentúe el sentido del pudor), pero, si sucede una situación similar en un contexto de la segunda lengua, pueden sentir menos pudor a la hora de hablar desde su alter ego y proceder a expresarse de una manera distinta. Podría decirse que hay cosas que no hacemos en nuestra lengua que sí nos atreveríamos a hacer en una lengua extranjera.

Asimismo, es bien sabido que un nuevo idioma es una ventana a una nueva forma de ver el mundo y de interpretar la realidad. Por ello, estudiar una nueva lengua puede hacernos más sensibles a otras realidades distintas que no existen en nuestra lengua vernácula y, con el tiempo, cabe la posibilidad de que las asimilemos y las hagamos nuestras. Muchos estudiosos de la lengua creen que el idioma refleja nuestros valores fundamentales de una cultura y que, al mismo tiempo, es esa misma cultura la que conforma dichos valores fundamentales. Por ejemplo, puede darse el caso de que un estudiante cuya cultura pertenezca a las denominadas “culturas de distancia”, como las noreuropeas, la japonesa o la estadounidense, empiece a desarrollar rasgos propios de las denominadas “culturas de cercanía”, como las mediterráneas, las latinas y las arábigas. Algunos de estos rasgos pueden ser la tendencia a hablar en un tono más alto, a acortar las distancias en los intercambios comunicativos y a emplear el contacto como recurso no verbal durante las conversaciones. En esta realidad entran también nuestras propias percepciones y creencias subjetivas en relación con un idioma. Un estudio realizado en 2006 por Nairán Ramírez-Esparza, profesora de psicología social en la Universidad de Connecticut, les pidió a ciudadanos estadounidenses-mexicanos bilingües que hicieran un test de personalidad en inglés y en español, en el que se medían cinco cualidades esenciales: extroversión, amabilidad, franqueza, consciencia y neuroticismo. Los resultados mostraron una puntuación más alta en extroversión, amabilidad y consciencia, lo que, en opinión de los investigadores, refleja el individualismo de las “culturas de distancia” o “de no contacto”, en las que se valora mucho más la asertividad y la complacencia en un nivel superficial, mientras que en las “culturas de cercanía” o “de contacto” no son aspectos tan importantes. En un estudio posterior, en el que se les solicitó hacer una redacción libre, los sujetos que realizaron la prueba en español trataron temas como la familia, sus relaciones y sus aficiones, mientras que los sujetos que realizaron la prueba en inglés, hablaron sobre sus logros, su estancia en la universidad y sus rutinas. Los investigadores creen que se producen asociaciones a nivel subconsciente entre la lengua y los valores atribuidos a las mismas. Por supuesto se trata de estudios a nivel local y sería preciso aumentar las muestras o la tipología de pruebas para lograr resultados más precisos.

Lo que sí está claro es que los estudiantes de idiomas y los hablantes de los mismos tienden a observar a los hablantes nativos para aprender a expresarse de forma natural y con mayor eficacia, lo que parece tener un impacto en el alter ego que proyectamos en nuestras relaciones en la segunda lengua.

 

Ref. de la imagen: https://www.flickr.com/photos/demilde/8234390082

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